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¿Por qué apetece tanto el zumo de tomate cuando viajamos por los aires? ¿Y por qué la pasta del almuerzo en los aviones no nos sabe tan sabrosa? La razón está en que las alturas modifican nuestras papilas gustativas.
Lo mismo da que se trate de una low cost como de la aerolínea más sofisticada, que sea un simple aperitivo o un menú personalizado en clase business. La comida, en los aviones, deja bastante que desear si la comparamos con el inmenso placer que nos proporciona en tierra firme.
Su complejidad logística tiene mucho que ver al respecto. Mantener el sabor después de precocinar un menú, empaquetarlo, congelarlo y almacenarlo en el aparato supone todo un reto hasta para los chefs más reputados. Pero existen otras razones sobre el calvario gastronómico que se experimenta por los aires, factores que explican por qué volar y comer no es una conjunción perfecta.
Nuestros sentidos del gusto y el olfato reaccionan en las alturas de forma muy diferente a como lo hacen en superficie. Desde el momento en que el avión despega la nariz se va resecando y pierde su capacidad de oler. Esto se debe a la menor humedad y al cambio en la presión del aire dentro de la cabina: las papilas gustativas quedan adormecidas también como si estuviéramos resfriados.
Irrumpe entonces una creciente sensación de sed que muchos pasajeros, curiosamente, sacian con zumo de tomate. ¿Qué tiene esta bebida inusual que tanto apetece en el cielo? La razón la dieron ya los científicos del Crossmodal Laboratory de Oxford: la hortaliza reina de la huerta es inmune a la pérdida de sabor que experimentan otros alimentos.
El zumo de tomate al natural o aliñado en forma de Bloody Mary sabe excepcionalmente bueno a bordo de un avión. Por eso nada extraña que sea la bebida más demandada en los trayectos de largo recorrido. El ejemplo lo pone la compañía Lufthansa: más de 1,7 millones de litros anuales se consumen en sus aviones, algo que le llevó a solicitar un estudio sobre este fenómeno. Las pruebas realizadas hace unos años a los pasajeros de un Airbus A310-200 dieron con la clave: dentro de una cabina presurizada este zumo apetece más incluso para aquellas personas que nunca lo beben en tierra.
Pero hay otros misterios que tienen que ver con la altura. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué el almuerzo está tan especiado, incluso en aquellas aerolíneas adscritas a dietas mediterráneas? Las investigaciones llevadas a cabo por el instituto alemán Fraunhofer sirvieron para alumbrar esta cuestión: dado que la sal tiene un 30% menos de efecto cuando se consume por los aires, los cocineros se esfuerzan en suplir esta carencia con potenciadores del sabor. Así, pasta al pesto, pollo con tomillo o ensaladas rociadas de cilantro resultan habituales a bordo de los aviones.
Lo mismo ocurre con el azúcar que, en los vuelos, se aprecia un 20% menos golosa que como lo haría en la superficie. Por ello muchas compañías prescinden de los vinos dulces en sus menús de a bordo ya que no existe manera de apreciar realmente su sabor, suelen ser sustituidos por otros más afrutados. Así que ya lo sabe para su próximo viaje ¡Buen provecho!
Lo mismo da que se trate de una low cost como de la aerolínea más sofisticada, que sea un simple aperitivo o un menú personalizado en clase business. La comida, en los aviones, deja bastante que desear si la comparamos con el inmenso placer que nos proporciona en tierra firme.
Su complejidad logística tiene mucho que ver al respecto. Mantener el sabor después de precocinar un menú, empaquetarlo, congelarlo y almacenarlo en el aparato supone todo un reto hasta para los chefs más reputados. Pero existen otras razones sobre el calvario gastronómico que se experimenta por los aires, factores que explican por qué volar y comer no es una conjunción perfecta.
Nuestros sentidos del gusto y el olfato reaccionan en las alturas de forma muy diferente a como lo hacen en superficie. Desde el momento en que el avión despega la nariz se va resecando y pierde su capacidad de oler. Esto se debe a la menor humedad y al cambio en la presión del aire dentro de la cabina: las papilas gustativas quedan adormecidas también como si estuviéramos resfriados.
Irrumpe entonces una creciente sensación de sed que muchos pasajeros, curiosamente, sacian con zumo de tomate. ¿Qué tiene esta bebida inusual que tanto apetece en el cielo? La razón la dieron ya los científicos del Crossmodal Laboratory de Oxford: la hortaliza reina de la huerta es inmune a la pérdida de sabor que experimentan otros alimentos.
El zumo de tomate al natural o aliñado en forma de Bloody Mary sabe excepcionalmente bueno a bordo de un avión. Por eso nada extraña que sea la bebida más demandada en los trayectos de largo recorrido. El ejemplo lo pone la compañía Lufthansa: más de 1,7 millones de litros anuales se consumen en sus aviones, algo que le llevó a solicitar un estudio sobre este fenómeno. Las pruebas realizadas hace unos años a los pasajeros de un Airbus A310-200 dieron con la clave: dentro de una cabina presurizada este zumo apetece más incluso para aquellas personas que nunca lo beben en tierra.
Pero hay otros misterios que tienen que ver con la altura. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué el almuerzo está tan especiado, incluso en aquellas aerolíneas adscritas a dietas mediterráneas? Las investigaciones llevadas a cabo por el instituto alemán Fraunhofer sirvieron para alumbrar esta cuestión: dado que la sal tiene un 30% menos de efecto cuando se consume por los aires, los cocineros se esfuerzan en suplir esta carencia con potenciadores del sabor. Así, pasta al pesto, pollo con tomillo o ensaladas rociadas de cilantro resultan habituales a bordo de los aviones.
Lo mismo ocurre con el azúcar que, en los vuelos, se aprecia un 20% menos golosa que como lo haría en la superficie. Por ello muchas compañías prescinden de los vinos dulces en sus menús de a bordo ya que no existe manera de apreciar realmente su sabor, suelen ser sustituidos por otros más afrutados. Así que ya lo sabe para su próximo viaje ¡Buen provecho!
Fuente: El Mundo
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