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La imagen que hoy se tiene de Elche es la de una ciudad vital y con una próspera industria del calzado: en sus fábricas se producen más zapatos que en ningún otro lugar de España –cuatro de cada diez, para ser exactos–. Salvo su emblemática Dama de Elche, poco o nada conocen los visitantes de su vasto patrimonio histórico. Y no digamos de su riqueza natural, pues cuando a alguno se le cuenta que aquí se encuentra el mayor palmeral de Europa y una cercana costa casi sin urbanizar en pleno Alicante, lo normal es que se quede como el famoso busto ibérico: de piedra.
La auténtica Dama está en Madrid, pero la copia más perfecta que nunca se ha hecho de ella –con técnica láser de reconocimiento tridimensional– se exhibe en el Museo Arqueológico y de Historia de Elche -MAHE-, un centro modélico que se nutre en gran medida de los hallazgos efectuados en el yacimiento de La Alcudia -3 km al sur- donde apareció la Dama. El museo ocupa el Palacio de Altamira –el antiguo alcázar– y un sótano de la plaza de Traspalacio. Esta, con fuentes transitables, terrazas y pasarelas rodeando la muralla árabe, es la mejor tarjeta de presentación de la ciudad alicantina y el punto de partida más lógico para descubrirla.
Junto a la histórica y hoy renovada plaza se alza la basílica de Santa María -siglo XVII-. En ella se representa cada 14 y 15 de agosto el Misteri d’Elx, un antiquísimo drama sacro-lírico, declarado por la Unesco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, que se revive todo el año en el cercano Museo de la Fiesta.
El paseo por el corazón de Elche prosigue en los Baños Árabes que se sitúan dentro del convento de la Merced, y en la torre almohade de Calahorra, cuya fachada sostiene un jardín vertical con cerca de 3.000 plantas, y un gastrobar incrustado junto a la espesura, idóneo para refrescarse cuando aprieta el sol, que en Elche es 300 días al año.
Tras el recorrido histórico por la ciudad toca explorar su naturaleza, empezando por el Palmeral, declarado Patrimonio de la Humanidad. En realidad no se trata de uno solo, sino de docenas de ellos repartidos por parques públicos y huertos privados: en total engloba más de 200.000 palmeras, la mayoría datileras. El más famoso y visitado, pese a ser de pago, es el Huerto del Cura, guarida de un auténtico monstruo, una palmera-pulpo de ocho brazos, que ya pasmó en 1894 –tan antigua es– a la emperatriz Sissí: ‘tiene el poder y la fuerza de un imperio’ dijo, y con ese nombre, Palmera Imperial, se quedó.
El Museo del Palmeral de Elche
A tiro de dátil, en el Huerto de San Plácido, se halla el Museo del Palmeral, instalado en una casa tradicional del siglo XIX. En él, además de repasar su uso y evolución, se puede ver a los palmereros trepando a los árboles y a las artesanas trenzando la palma blanca, algo que según los historiadores ya se hacía en tiempos de la Dama, siglos antes de la invención del Domingo de Ramos.
Otro palmeral hermoso –este de acceso gratuito– es el Parque Municipal, que ofrece 6 hectáreas de verdor africano, valga el oxímoron. Se sitúa junto al Palacio de Altamira, a orillas del río Vinalopó. En él abre sus puertas de cristal El Dátil de Oro, un clásico de la restauración ilicitana, cuya especialidad es el arroz con costra: al horno, con huevo batido por encima. Para el postre es mejor reservarse para la Confitería Castell donde elaboran la tarta Camp d’Elx, con lo más rico de esta tierra: dátiles, almendras, cítricos, romero y granada mollar. Y luego, para dar un paseo digestivo, ahí tenemos el Paseo del Vinalopó, un tramo seco del río acondicionado para pasear y pedalear.
Junto al mayor palmeral europeo, Elche presume de los humedales: el Clot de Galvany, el Hondo y las Salinas. Este último espacio natural, conocido como las Salinas de Santa Pola –municipio que lo comparte con Elche–, es óptimo para observar aves con el primer y el último sol: avocetas, cigüeñuelas, cercetas pardillas, patos cucharas y colorados, fochas, pollas de agua y, sobre todo, flamencos –en época de cría se juntan hasta 8.000–. Se pueden ver desde la misma carretera, aunque existe una forma más discreta y entretenida de hacerlo, siguiendo una senda circular señalizada que nace en la playa del Pinet y bordea, durante dos horas, las salinas, las dunas y la orilla del mar.
Con esta naturaleza preservada se advierte que el gran negocio del siglo XX en Elche no fue el ladrillo, sino el calzado
El Pinet es una de las seis playas de la costa ilicitana, buena parte de ellas vírgenes y con espacios de alto valor ecológico. Con esta naturaleza preservada se advierte que el gran negocio del siglo XX en Elche no fue el ladrillo, sino el calzado. Aunque la feroz competencia china ha arruinado a muchas empresas zapateras de origen familiar, otras se han consolidado en el mundo, ofreciendo una calidad difícil de igualar y a precios asequibles.
En el Parque Empresarial de Elche, cerca del aeropuerto de El Altet, se pueden visitar varios outlets -Panama Jack, Martinelli, Mustang, Pedro Miralles, Wonders…- para comprar zapatos de marca con grandes descuentos. Pikolinos, además de una tienda despampanante, incluye un Museo del Calzado donde se repasa la historia de esta industria hoy casi de lujo que, paradójicamente, comenzó con artesanos que confeccionaban modestas alpargatas de campesinos.
La auténtica Dama está en Madrid, pero la copia más perfecta que nunca se ha hecho de ella –con técnica láser de reconocimiento tridimensional– se exhibe en el Museo Arqueológico y de Historia de Elche -MAHE-, un centro modélico que se nutre en gran medida de los hallazgos efectuados en el yacimiento de La Alcudia -3 km al sur- donde apareció la Dama. El museo ocupa el Palacio de Altamira –el antiguo alcázar– y un sótano de la plaza de Traspalacio. Esta, con fuentes transitables, terrazas y pasarelas rodeando la muralla árabe, es la mejor tarjeta de presentación de la ciudad alicantina y el punto de partida más lógico para descubrirla.
Junto a la histórica y hoy renovada plaza se alza la basílica de Santa María -siglo XVII-. En ella se representa cada 14 y 15 de agosto el Misteri d’Elx, un antiquísimo drama sacro-lírico, declarado por la Unesco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, que se revive todo el año en el cercano Museo de la Fiesta.
El paseo por el corazón de Elche prosigue en los Baños Árabes que se sitúan dentro del convento de la Merced, y en la torre almohade de Calahorra, cuya fachada sostiene un jardín vertical con cerca de 3.000 plantas, y un gastrobar incrustado junto a la espesura, idóneo para refrescarse cuando aprieta el sol, que en Elche es 300 días al año.
Tras el recorrido histórico por la ciudad toca explorar su naturaleza, empezando por el Palmeral, declarado Patrimonio de la Humanidad. En realidad no se trata de uno solo, sino de docenas de ellos repartidos por parques públicos y huertos privados: en total engloba más de 200.000 palmeras, la mayoría datileras. El más famoso y visitado, pese a ser de pago, es el Huerto del Cura, guarida de un auténtico monstruo, una palmera-pulpo de ocho brazos, que ya pasmó en 1894 –tan antigua es– a la emperatriz Sissí: ‘tiene el poder y la fuerza de un imperio’ dijo, y con ese nombre, Palmera Imperial, se quedó.
El Museo del Palmeral de Elche
A tiro de dátil, en el Huerto de San Plácido, se halla el Museo del Palmeral, instalado en una casa tradicional del siglo XIX. En él, además de repasar su uso y evolución, se puede ver a los palmereros trepando a los árboles y a las artesanas trenzando la palma blanca, algo que según los historiadores ya se hacía en tiempos de la Dama, siglos antes de la invención del Domingo de Ramos.
Otro palmeral hermoso –este de acceso gratuito– es el Parque Municipal, que ofrece 6 hectáreas de verdor africano, valga el oxímoron. Se sitúa junto al Palacio de Altamira, a orillas del río Vinalopó. En él abre sus puertas de cristal El Dátil de Oro, un clásico de la restauración ilicitana, cuya especialidad es el arroz con costra: al horno, con huevo batido por encima. Para el postre es mejor reservarse para la Confitería Castell donde elaboran la tarta Camp d’Elx, con lo más rico de esta tierra: dátiles, almendras, cítricos, romero y granada mollar. Y luego, para dar un paseo digestivo, ahí tenemos el Paseo del Vinalopó, un tramo seco del río acondicionado para pasear y pedalear.
Junto al mayor palmeral europeo, Elche presume de los humedales: el Clot de Galvany, el Hondo y las Salinas. Este último espacio natural, conocido como las Salinas de Santa Pola –municipio que lo comparte con Elche–, es óptimo para observar aves con el primer y el último sol: avocetas, cigüeñuelas, cercetas pardillas, patos cucharas y colorados, fochas, pollas de agua y, sobre todo, flamencos –en época de cría se juntan hasta 8.000–. Se pueden ver desde la misma carretera, aunque existe una forma más discreta y entretenida de hacerlo, siguiendo una senda circular señalizada que nace en la playa del Pinet y bordea, durante dos horas, las salinas, las dunas y la orilla del mar.
Con esta naturaleza preservada se advierte que el gran negocio del siglo XX en Elche no fue el ladrillo, sino el calzado
El Pinet es una de las seis playas de la costa ilicitana, buena parte de ellas vírgenes y con espacios de alto valor ecológico. Con esta naturaleza preservada se advierte que el gran negocio del siglo XX en Elche no fue el ladrillo, sino el calzado. Aunque la feroz competencia china ha arruinado a muchas empresas zapateras de origen familiar, otras se han consolidado en el mundo, ofreciendo una calidad difícil de igualar y a precios asequibles.
En el Parque Empresarial de Elche, cerca del aeropuerto de El Altet, se pueden visitar varios outlets -Panama Jack, Martinelli, Mustang, Pedro Miralles, Wonders…- para comprar zapatos de marca con grandes descuentos. Pikolinos, además de una tienda despampanante, incluye un Museo del Calzado donde se repasa la historia de esta industria hoy casi de lujo que, paradójicamente, comenzó con artesanos que confeccionaban modestas alpargatas de campesinos.
Fuente: National Geographic
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