En esta localidad alicantina se halló un grupo único de piezas de oro de la Edad del Bronce, el más importante de España y el segundo en Europa.
El interior de la provincia de Alicante guarda riquezas de gran valor, y no hablamos de forma figurada, sino que nos referimos a un conjunto de maravillas de gran belleza con nombre y apellidos. El Tesoro de Villena, un catálogo de piezas únicas de la Edad de Bronce, es la enseña de un municipio que brilla sin necesidad del oro de este hallazgo arqueológico. Su buena mesa, su legado arquitectónico o la alegría de sus habitantes son dotes que no tienen precio.
Como capital del Alto Vinalopó, a Villena le toca defender como propias unas tradiciones que se pierden en el tiempo, y todo dentro de una denominación comarcal que apenas ha cumplido el cuarto de siglo. Con el ambiente que envuelve las tortuosas calles en cuesta de esta ciudad durante su fiesta medieval, no resulta demasiado complicado. Mientras corra el fondillón y la música siga sonando, tendremos Villena para rato.
DESTELLOS ÁUREOS
El primer contacto con el Tesoro de Villena es un documental del NO-DO que produce una verdadera regresión al visitante. Las imágenes en blanco y negro del noticiero, pronto dan paso a una explosión dorada, la producida por la apertura del armario donde se encuentra el hallazgo insólito del arqueólogo villenense José María Soler García en 1963.
Se trata de 59 objetos realizados en oro y otros metales, entre los que destacan en número los brazaletes y los cuencos. El tallado de algunas de estas piezas nos da una pista del delicado trabajo que llevó ornamentarlas. En la vitrina, también se guarda el Tesorillo de Cabezo Redondo, otro descubrimiento de menor calado donde abundan las piezas de adorno personal.
El Tesoro de Villena (es el tesoro de vajilla áurea más importante de España y el segundo de toda Europa, sólo superado por el de las Tumbas Reales de Micenas, Grecia) puede verse en el Museo Arqueológico de la ciudad.
El centro de Villena es un entramado de calles empedradas cuya inclinación desafía los gemelos más entrenados. El propio Azorín ya habló de este atributo no apto para poco motivados al dejar escrito que la ciudad «tiene callejuelas tortuosas que reptan monte arriba». Para no perder el resuello a la primera de cambio, es mejor tomárselo con calma.
El mejor exponente es el barrio de El Rabal, el antiguo núcleo árabe de la ciudad, donde la altura de los edificios está lejos de tapar el sol. Este espacio quedó fuera del amurallado que establecieron los cristianos que llegaron con la Reconquista, por lo que su carácter de periferia definió su intrincada parcelación.
El máximo representante de la huella medieval villenera es el castillo de la Atalaya. Testigo mudo de la vida del municipio desde un lugar privilegiado, el monte de San Cristóbal, su excelente estado de conservación hace que sea una gozada perderse por sus pasillos. Desde su punto más alto, en lo alto de la Torre del Homenaje, se tienen unas vistas impresionantes.
En el interior, sus muros nos hablan de diferentes acontecimientos históricos. En una de las salas, hay dibujos realizados con la técnica del esgrafiado a manos de prisioneros de guerra. Para conocer más de este monumento, nada mejor que dejarse llevar por el teatro íntimo y sensorial de Atalaya Experience, una forma diferente de puesta en escena que no deja a nadie indiferente.
Los lugares de culto son otra parada importante. La iglesia de Santa María, en el corazón del Rabal, se jacta de tener la segunda campana más antigua de la región valenciana. El ser vetusta no impide que siga resonando clamorosamente. Asimismo, la iglesia de Santiago hará las delicias de aficionados al arte y a la arquitectura gracias a sus imponentes columnas torsas.
Otro punto interesante es la ermita de San José, que tiene que agradecer su buena cara a la pasión que ha volcado en su restauración una asociación formada por vecinos del pueblo. El esfuerzo por financiarse incluye la venta de unas riquísimas tortas fritas con azúcar y canela que se elaboran en la propia ermita durante las fiestas del Medievo.
Dada la amplísima herencia cultural con la que cuenta Villena, la celebración de unas fiestas dedicadas a esta época no podía faltar (suelen ser en marzo). El Rabal retrocede un puñado de siglos. No solo se engalanan calles y tabernas, como la del Caracol, sino que sus habitantes, ayudados de disfraces y máscaras, viven con intensidad estos días transmitiendo su entusiasmo al visitante.
El catálogo de actividades es casi inabarcable. Desde combates medievales donde la cota de malla y los escudos tratan de soportar las embestidas de mazas y espadas, hasta bodas inspiradas en la época cuyo remate es un halcón que vuela hasta el altar con los anillos. No hay que perderse la procesión nocturna de antorchas y un paseo sin prisa por el mercadillo.
Ruperto Chapí, hijo predilecto de Villena, da nombre a un teatro más que emblemático. El actual edificio se inauguró en 1925, no sin atravesar serias dificultades monetarias para su construcción. Tras varios años en abandono, en 1989 se presentan las primeras iniciativas para devolverle el esplendor perdido, pero no sería hasta una década después cuando volvería a brillar.
Aunque está consagrado al compositor de zarzuelas, hoy en día acoge todo tipo de espectáculos teatrales, tanto producciones nacionales como internacionales. La majestuosa fachada es digna de admiración, casi tanto como su hall, en el que destacan sus suelos de mármol, o su patio de butacas y su escenario, muy del gusto italiano.
El monte de San Cristóbal esconde en su interior otro tesoro que hubiera pasado desapercibido de no ser, de nuevo, por el empeño de los villeneros en sacarlo a la luz. Se trata de unas casas cueva que actualmente están rehabilitadas, lo que posibilita su visita. Una de las paredes luce con orgullo un pergamino que data de la época de los Reyes Católicos.
El valor histórico de estas estancias, que ocupan una superficie de unos 150 metros cuadrados, es innegable. La decoración es plenamente árabe: telares, cachimbas, lámparas, e incluso unos azulejos que señalan la dirección a La Meca. La temperatura de estas cuevas es muy agradable, sobre todo en verano, y suponen un refugio ideal gracias a la ausencia de ruido.
Comer en Villena es un ejercicio de resistencia muy placentero, dado que la oferta gastronómica de la ciudad es extensa y variada. Desde los paladares más exquisitos hasta los que se conforman con unas tapas surtidas, lo cierto es que los restaurantes que salpican este enclave alicantino no dejan ningún estómago insatisfecho.
Para los que gusten más de sabores salados, no hay excusa para no ponerse hasta arriba. Los sempiternos huevos fritos se acompañan de guarniciones clásicas, como patatas al pelotón, morcilla, chorizo y longaniza, pero también recurren a las sardinas y a las ñoras. El colofón es la gachamiga, una mezcla de harina, agua y ajo que te pone las pilas
La vitivinicultura ocupa un lugar destacado. No en vano, la Monastrell es una variedad que goza de gran protagonismo en los viñedos alicantinos. Esta uva es la base de uno de los vinos más apreciados del mundo: el fondillón. De sabor dulce y consistencia espesa, acompaña divinamente cualquier postre. La mejor prueba de ello es el último deseo del mismísimo Rey Sol, que pidió bizcochos mojados en este caldo antes de morir.
El interior de la provincia de Alicante guarda riquezas de gran valor, y no hablamos de forma figurada, sino que nos referimos a un conjunto de maravillas de gran belleza con nombre y apellidos. El Tesoro de Villena, un catálogo de piezas únicas de la Edad de Bronce, es la enseña de un municipio que brilla sin necesidad del oro de este hallazgo arqueológico. Su buena mesa, su legado arquitectónico o la alegría de sus habitantes son dotes que no tienen precio.
Como capital del Alto Vinalopó, a Villena le toca defender como propias unas tradiciones que se pierden en el tiempo, y todo dentro de una denominación comarcal que apenas ha cumplido el cuarto de siglo. Con el ambiente que envuelve las tortuosas calles en cuesta de esta ciudad durante su fiesta medieval, no resulta demasiado complicado. Mientras corra el fondillón y la música siga sonando, tendremos Villena para rato.
DESTELLOS ÁUREOS
El primer contacto con el Tesoro de Villena es un documental del NO-DO que produce una verdadera regresión al visitante. Las imágenes en blanco y negro del noticiero, pronto dan paso a una explosión dorada, la producida por la apertura del armario donde se encuentra el hallazgo insólito del arqueólogo villenense José María Soler García en 1963.
Se trata de 59 objetos realizados en oro y otros metales, entre los que destacan en número los brazaletes y los cuencos. El tallado de algunas de estas piezas nos da una pista del delicado trabajo que llevó ornamentarlas. En la vitrina, también se guarda el Tesorillo de Cabezo Redondo, otro descubrimiento de menor calado donde abundan las piezas de adorno personal.
El Tesoro de Villena (es el tesoro de vajilla áurea más importante de España y el segundo de toda Europa, sólo superado por el de las Tumbas Reales de Micenas, Grecia) puede verse en el Museo Arqueológico de la ciudad.
El centro de Villena es un entramado de calles empedradas cuya inclinación desafía los gemelos más entrenados. El propio Azorín ya habló de este atributo no apto para poco motivados al dejar escrito que la ciudad «tiene callejuelas tortuosas que reptan monte arriba». Para no perder el resuello a la primera de cambio, es mejor tomárselo con calma.
El mejor exponente es el barrio de El Rabal, el antiguo núcleo árabe de la ciudad, donde la altura de los edificios está lejos de tapar el sol. Este espacio quedó fuera del amurallado que establecieron los cristianos que llegaron con la Reconquista, por lo que su carácter de periferia definió su intrincada parcelación.
El máximo representante de la huella medieval villenera es el castillo de la Atalaya. Testigo mudo de la vida del municipio desde un lugar privilegiado, el monte de San Cristóbal, su excelente estado de conservación hace que sea una gozada perderse por sus pasillos. Desde su punto más alto, en lo alto de la Torre del Homenaje, se tienen unas vistas impresionantes.
En el interior, sus muros nos hablan de diferentes acontecimientos históricos. En una de las salas, hay dibujos realizados con la técnica del esgrafiado a manos de prisioneros de guerra. Para conocer más de este monumento, nada mejor que dejarse llevar por el teatro íntimo y sensorial de Atalaya Experience, una forma diferente de puesta en escena que no deja a nadie indiferente.
Los lugares de culto son otra parada importante. La iglesia de Santa María, en el corazón del Rabal, se jacta de tener la segunda campana más antigua de la región valenciana. El ser vetusta no impide que siga resonando clamorosamente. Asimismo, la iglesia de Santiago hará las delicias de aficionados al arte y a la arquitectura gracias a sus imponentes columnas torsas.
Otro punto interesante es la ermita de San José, que tiene que agradecer su buena cara a la pasión que ha volcado en su restauración una asociación formada por vecinos del pueblo. El esfuerzo por financiarse incluye la venta de unas riquísimas tortas fritas con azúcar y canela que se elaboran en la propia ermita durante las fiestas del Medievo.
Dada la amplísima herencia cultural con la que cuenta Villena, la celebración de unas fiestas dedicadas a esta época no podía faltar (suelen ser en marzo). El Rabal retrocede un puñado de siglos. No solo se engalanan calles y tabernas, como la del Caracol, sino que sus habitantes, ayudados de disfraces y máscaras, viven con intensidad estos días transmitiendo su entusiasmo al visitante.
El catálogo de actividades es casi inabarcable. Desde combates medievales donde la cota de malla y los escudos tratan de soportar las embestidas de mazas y espadas, hasta bodas inspiradas en la época cuyo remate es un halcón que vuela hasta el altar con los anillos. No hay que perderse la procesión nocturna de antorchas y un paseo sin prisa por el mercadillo.
Ruperto Chapí, hijo predilecto de Villena, da nombre a un teatro más que emblemático. El actual edificio se inauguró en 1925, no sin atravesar serias dificultades monetarias para su construcción. Tras varios años en abandono, en 1989 se presentan las primeras iniciativas para devolverle el esplendor perdido, pero no sería hasta una década después cuando volvería a brillar.
Aunque está consagrado al compositor de zarzuelas, hoy en día acoge todo tipo de espectáculos teatrales, tanto producciones nacionales como internacionales. La majestuosa fachada es digna de admiración, casi tanto como su hall, en el que destacan sus suelos de mármol, o su patio de butacas y su escenario, muy del gusto italiano.
El monte de San Cristóbal esconde en su interior otro tesoro que hubiera pasado desapercibido de no ser, de nuevo, por el empeño de los villeneros en sacarlo a la luz. Se trata de unas casas cueva que actualmente están rehabilitadas, lo que posibilita su visita. Una de las paredes luce con orgullo un pergamino que data de la época de los Reyes Católicos.
El valor histórico de estas estancias, que ocupan una superficie de unos 150 metros cuadrados, es innegable. La decoración es plenamente árabe: telares, cachimbas, lámparas, e incluso unos azulejos que señalan la dirección a La Meca. La temperatura de estas cuevas es muy agradable, sobre todo en verano, y suponen un refugio ideal gracias a la ausencia de ruido.
Comer en Villena es un ejercicio de resistencia muy placentero, dado que la oferta gastronómica de la ciudad es extensa y variada. Desde los paladares más exquisitos hasta los que se conforman con unas tapas surtidas, lo cierto es que los restaurantes que salpican este enclave alicantino no dejan ningún estómago insatisfecho.
Para los que gusten más de sabores salados, no hay excusa para no ponerse hasta arriba. Los sempiternos huevos fritos se acompañan de guarniciones clásicas, como patatas al pelotón, morcilla, chorizo y longaniza, pero también recurren a las sardinas y a las ñoras. El colofón es la gachamiga, una mezcla de harina, agua y ajo que te pone las pilas
La vitivinicultura ocupa un lugar destacado. No en vano, la Monastrell es una variedad que goza de gran protagonismo en los viñedos alicantinos. Esta uva es la base de uno de los vinos más apreciados del mundo: el fondillón. De sabor dulce y consistencia espesa, acompaña divinamente cualquier postre. La mejor prueba de ello es el último deseo del mismísimo Rey Sol, que pidió bizcochos mojados en este caldo antes de morir.
Fuente: Abc
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