"Si buena vida os quité, mejor sepultura os di"
Insólita representación del 'Tenorio' de Zorrilla en el cementerio de Sevilla en la noche de Difuntos.
Francisco Correal | Actualizado 03.11.2013 - 07:07
Y el sábado próximo, Aida en la Maestranza. Pilar y Víctor, cruzado el Rubicón de los 25 años de matrimonio, participaron ayer en una visita insólita al cementerio de San Fernando: con su hija Victoria asistieron a la primera representación en el camposanto sevillano del Don Juan de Zorrilla. Escenas enriquecidas con un recorrido guiado y comentado por Sergio Raya, socio de Engranajes Culturales.
"Si buena vida os quité, mejor sepultura os di". La frase de don Juan a doña Inés, ya entrada la noche del día de los Difuntos, sonaba en un panteón construido como un templo romano para el eterno descanso del notario Pablo Albéniz, cuyos restos después serían trasladados al cementerio de Valencia, su ciudad natal.
Dejando a la izquierda la tumba de Diego Martínez Barrio y sus dos sucesivas esposas, la expedición entró en lo que durante muchos años fue territorio vedado: el cementerio de los proscritos, donde enterraban a los suicidas, a los que se batían en duelo, a los niños no bautizados, a los excomulgados. Muy cerca de la tapia donde el 17 de julio de 1936 fusilaron a medio centenar de personas afines a la República.
En esta zona maldita enterraron a Antonio Susillo, escultor que se quitó la vida en 1895 después de terminar el Cristo de las Mieles. Esta imagen lo rehabilitará: vendida por sus herederos al Ayuntamiento, quedó en depósito en un almacén hasta que se le encontró destino en la rotonda donde finalmente no se construyó la capilla central que había diseñado el arquitecto Balbino Marrón. 45 años después de su muerte, los restos de Susillo fueron trasladados al cementerio principal y moran bajo su imponente crucificado.
Si su Cristo salvó a Susillo, Zorrilla salva a don Juan. La obra se estrenó en 1844, nueve años antes de la apertura del cementerio de Sevilla. Entre los misterios de la literatura, figura esta transformación de una obra "mediocre", en palabras del guía, en la más representada de toda la historia del teatro. Zorrilla, a diferencia de Tirso de Molina o Molière, redime finalmente a su personaje y lo reconcilia para la posteridad con doña Inés. Ambos, como el comendador, el padre de la novicia burlada, aparecen en diversos escenarios del cementerio.
Expolio de farolas en noche de candiles. "Parecemos la santa compaña", decía uno de los integrantes de la visita. De noche, la estatua de Paquirri parecía la de Urtain. El mismo año que se mata Susillo nace Joselito, torero de corta vida (1895-1920) cuyo túmulo funerario encargó Ignacio Sánchez Mejías a Mariano Benlliure, con la comitiva que encabeza una gitana con la imagen de la Virgen Macarena.
Con el remate del puente de Santiago Calatrava como luminaria, el grupo encontró en el cementerio secuelas del Pabellón Real o del Archivo de Indias en los panteones de los Luca de Tena -que posteriormente lo cedieron en alquiler- y los González Abreu, respectivamente.
Un cementerio pletórico de enjundia, gatos y paradojas. Como la de Barnes y Tomás, un murciano que de clérigo pasó a abanderar el anticlericalismo, desmentido en su adiós por el epitafio de su viuda. O un auténtico Tenorio, Miguel Tenorio de Castilla, masón, secretario de Isabel II, padre de tres hijas de la reina, que por su enemistad con O'Donnell se exilió en Alemania. No está en el callejero, pero los restos de este masón regresaron para quedar en un sepulcro de catálogo.
"Si buena vida os quité, mejor sepultura os di". La frase de don Juan a doña Inés, ya entrada la noche del día de los Difuntos, sonaba en un panteón construido como un templo romano para el eterno descanso del notario Pablo Albéniz, cuyos restos después serían trasladados al cementerio de Valencia, su ciudad natal.
Dejando a la izquierda la tumba de Diego Martínez Barrio y sus dos sucesivas esposas, la expedición entró en lo que durante muchos años fue territorio vedado: el cementerio de los proscritos, donde enterraban a los suicidas, a los que se batían en duelo, a los niños no bautizados, a los excomulgados. Muy cerca de la tapia donde el 17 de julio de 1936 fusilaron a medio centenar de personas afines a la República.
En esta zona maldita enterraron a Antonio Susillo, escultor que se quitó la vida en 1895 después de terminar el Cristo de las Mieles. Esta imagen lo rehabilitará: vendida por sus herederos al Ayuntamiento, quedó en depósito en un almacén hasta que se le encontró destino en la rotonda donde finalmente no se construyó la capilla central que había diseñado el arquitecto Balbino Marrón. 45 años después de su muerte, los restos de Susillo fueron trasladados al cementerio principal y moran bajo su imponente crucificado.
Si su Cristo salvó a Susillo, Zorrilla salva a don Juan. La obra se estrenó en 1844, nueve años antes de la apertura del cementerio de Sevilla. Entre los misterios de la literatura, figura esta transformación de una obra "mediocre", en palabras del guía, en la más representada de toda la historia del teatro. Zorrilla, a diferencia de Tirso de Molina o Molière, redime finalmente a su personaje y lo reconcilia para la posteridad con doña Inés. Ambos, como el comendador, el padre de la novicia burlada, aparecen en diversos escenarios del cementerio.
Expolio de farolas en noche de candiles. "Parecemos la santa compaña", decía uno de los integrantes de la visita. De noche, la estatua de Paquirri parecía la de Urtain. El mismo año que se mata Susillo nace Joselito, torero de corta vida (1895-1920) cuyo túmulo funerario encargó Ignacio Sánchez Mejías a Mariano Benlliure, con la comitiva que encabeza una gitana con la imagen de la Virgen Macarena.
Con el remate del puente de Santiago Calatrava como luminaria, el grupo encontró en el cementerio secuelas del Pabellón Real o del Archivo de Indias en los panteones de los Luca de Tena -que posteriormente lo cedieron en alquiler- y los González Abreu, respectivamente.
Un cementerio pletórico de enjundia, gatos y paradojas. Como la de Barnes y Tomás, un murciano que de clérigo pasó a abanderar el anticlericalismo, desmentido en su adiós por el epitafio de su viuda. O un auténtico Tenorio, Miguel Tenorio de Castilla, masón, secretario de Isabel II, padre de tres hijas de la reina, que por su enemistad con O'Donnell se exilió en Alemania. No está en el callejero, pero los restos de este masón regresaron para quedar en un sepulcro de catálogo.
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