Con la cuidada cinta “El discurso del rey”, que acaba de estrenarse en nuestro país, empiezan a llegar a la cartelera los títulos que la crítica ya señala como favoritos para protagonizar el certamen cinematográfico con más peso de todos.
El cuidado filme dirigido por Tom Hooper tiene, desde luego, esa estética característica de los candidatos a la estatuilla dorada, especialmente en lo que se refiere a la categoría de Mejor Actor, porque es su protagonista, Colin Firth, quien carga con excelente solvencia con el peso de interpretar a un personaje histórico en su faceta más personal, consiguiendo precisamente eso, una magnífica actuación de Oscar.
Lo cierto es que Colin Firth siempre ha sido un actor como la copa de un pino, pero hasta su anterior papel en la cinta “Un hombre soltero”, sus personajes se habían caracterizado por estar algo “tapados” por los otros protagonistas de historias corales, en las que resultaba tremendamente difícil llevarse todos los laureles . Ocurrió con “El diario de Bridget Jones” y su secuela, en las que, a pesar de su impecable interpretación, su papel quedaba eclipsado por el guapo y mundialmente famoso Hugh Grant y, por supuesto, por la actriz encargada de encarnar a la protagonista absoluta de la historia, Bridget Jones. Lo mismo sucedió en la miniserie de la BBC, “Orgullo y prejuicio”, a pesar de haber alumbrado al mejor Señor Darcy de la historia, que únicamente le valió para obtener una nominación para los Premios Bafta.
En la cinta de Hooper recién estrenada, el actor británico vuelve a estar muy bien acompañado: por Geoffrey Rush en el papel de Lionel Logue, el controvertido logopeda que ayudó al rey Jorge VI a lidiar con su tartamudez, y por Helena Bomhan Carter que interpreta a su esposa, la que el mundo conoció años después como la reina madre. Sin embargo, es Firth, sin duda, quien hace de “El discurso del rey” un filme imprescindible. La película arranca de un momento muy concreto: el día en el que el entonces Duque de York tuvo que dirigirse a su pueblo en nombre de su padre, el rey Jorge V, ante un abarrotado auditorio presente en Wembley y ante los micrófonos de radio que retransmitían sus titubeantes palabras a todo el país. La radio había llegado para cambiar muchas cosas, entre ellas, la política y, de pronto, no bastaba con ser un buen gobernante, además, había que saber dirigirse al pueblo con tono firme.
Lo cierto es que al Duque de York la tartamudez le había marcado su vida, pero su escasa vida pública como hermano menor del futuro rey hacía que el problema no trascendiera más allá del círculo personal de su familia y amigos. Hasta que su hermano, Eduardo VIII, interpretado por Guy Pearce, abdicó por el amor de Wallis Simpson y él tuvo que subir inesperadamente al trono. Fue su esposa, empeñada en buscar como fuese un remedio a los males de su real marido, quien encontró al curioso personaje que había llegado de Australia para abrir una humilde consulta en Londres en la que con métodos nada convencionales ayudaba a sus pacientes a sobreponerse a la tartamudez. Según la historia que cuenta la película la relación fue incluso más allá, convirtiéndose en una amistad que perduraría hasta el fallecimiento de ambos hombres.
El cuidado filme dirigido por Tom Hooper tiene, desde luego, esa estética característica de los candidatos a la estatuilla dorada, especialmente en lo que se refiere a la categoría de Mejor Actor, porque es su protagonista, Colin Firth, quien carga con excelente solvencia con el peso de interpretar a un personaje histórico en su faceta más personal, consiguiendo precisamente eso, una magnífica actuación de Oscar.
Lo cierto es que Colin Firth siempre ha sido un actor como la copa de un pino, pero hasta su anterior papel en la cinta “Un hombre soltero”, sus personajes se habían caracterizado por estar algo “tapados” por los otros protagonistas de historias corales, en las que resultaba tremendamente difícil llevarse todos los laureles . Ocurrió con “El diario de Bridget Jones” y su secuela, en las que, a pesar de su impecable interpretación, su papel quedaba eclipsado por el guapo y mundialmente famoso Hugh Grant y, por supuesto, por la actriz encargada de encarnar a la protagonista absoluta de la historia, Bridget Jones. Lo mismo sucedió en la miniserie de la BBC, “Orgullo y prejuicio”, a pesar de haber alumbrado al mejor Señor Darcy de la historia, que únicamente le valió para obtener una nominación para los Premios Bafta.
En la cinta de Hooper recién estrenada, el actor británico vuelve a estar muy bien acompañado: por Geoffrey Rush en el papel de Lionel Logue, el controvertido logopeda que ayudó al rey Jorge VI a lidiar con su tartamudez, y por Helena Bomhan Carter que interpreta a su esposa, la que el mundo conoció años después como la reina madre. Sin embargo, es Firth, sin duda, quien hace de “El discurso del rey” un filme imprescindible. La película arranca de un momento muy concreto: el día en el que el entonces Duque de York tuvo que dirigirse a su pueblo en nombre de su padre, el rey Jorge V, ante un abarrotado auditorio presente en Wembley y ante los micrófonos de radio que retransmitían sus titubeantes palabras a todo el país. La radio había llegado para cambiar muchas cosas, entre ellas, la política y, de pronto, no bastaba con ser un buen gobernante, además, había que saber dirigirse al pueblo con tono firme.
Lo cierto es que al Duque de York la tartamudez le había marcado su vida, pero su escasa vida pública como hermano menor del futuro rey hacía que el problema no trascendiera más allá del círculo personal de su familia y amigos. Hasta que su hermano, Eduardo VIII, interpretado por Guy Pearce, abdicó por el amor de Wallis Simpson y él tuvo que subir inesperadamente al trono. Fue su esposa, empeñada en buscar como fuese un remedio a los males de su real marido, quien encontró al curioso personaje que había llegado de Australia para abrir una humilde consulta en Londres en la que con métodos nada convencionales ayudaba a sus pacientes a sobreponerse a la tartamudez. Según la historia que cuenta la película la relación fue incluso más allá, convirtiéndose en una amistad que perduraría hasta el fallecimiento de ambos hombres.
EL IMPARCIAL
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