El de arriero era un oficio bastante considerado,por lo
necesario en una época donde el medio fundamental de carga eran los
animales(caballos, mulos y burros) con los
que se cargaban y acarreaban las diferentes mercancias de unos pueblos a
otros.
El oficio de arriero estaba muy mal pagado y por unas
pesetas o reales andaban por esos caminos entre montes y campiñas sufriendo las
inclemencias del tiempo ( frio, lluvia, calores, vientos etc, etc,)
transportando mercancías difíciles de manejar como corcho, madera, carbón,
piedras ó granos. Cuando fueron apareciendo los primeros motocarros ,
furgonetas y camiones ellos se vieron desplazados y poco a poco abandonaron a
la fuerza su actividad de toda una vida.
El aparejo de las bestias se adecuaba a la mercancía que
iban a transportar y se solían tener
dos jarmas, una bien rellena para cargar vigas de madera o piedras que se
colocaban sobre unas pedreras hechas de tablas sobre las que asentaba
perfectamente la carga. Cuando se transportaba harina, semillas, pieles de
aceite u otros similares, la jarma y los ropones estaban mas vacíos y de esta
forma la carga se ajustaba más al cuerpo del animal.
El arriero no tenía seguridad social ni protección de ningún
tipo pues aún sobre 1965 no eran considerados como obreros agrícolas ni tampoco
encuadrados en la Rama General.
Muy mal pagados y sus trabajos eran ajustados antes de la realización a veces
con pérdidas significativas por los malos cálculos efectuados. Los arrieros era
gente muy sufrida, con manos encallecidas, cinturas protegidas por anchas fajas
y piel curtida por las inclemencias del tiempo y el mal comer casi siempre en
ruta junto a los animales.
Los animales requerían un cuidado especial para evitarles la
“mataduras”, “los huérfagos” y sobre todo había que tenerlos herrados para
evitar que se les estropeasen los cascos y quedaran inútiles.
Mi sensibilidad de niño observador me hizo ver y conocer a
muchos de estos arrieros que solían trabajar con reatas de mulos dedicados casi
exclusivamente a portear corcho, leña y sobre todo carbón. A las claritas del
dia sin tener en cuenta el frio o que
estuviesen cayendo “chuzos de punta” ya iban sentados de lado en alguno de sus
mulos, para regresar de la misma forma al anochecer tras una dura jornada de
cargas y descargas . Me fijaba en sus manos encallecidas,uñas negras o perdidas
cuando alguna que otra vez jugaban a las cartas en el Bar España. Sus rostros
curtidos por la intemperie y surcado de arrugas profundas por todas partes, les
hacia viejos antes de tiempo de tanto sufrir y carecer de felicidad por causa
del trabajo que además solia estar mal pagado. No puedo olvidar a José Hormigo,
Ciruela, Parrón, al marido de Agustina que fueron trabajadores de Luis Cano y de
Andrés Gutiérrez que se hicieron ricos mientras ellos murieron pobres y comidos de trampas en las tiendas de
alimentación y ropa.
Cuando los arrieros caían enfermos ó se hacían mayores, se
encontraban desamparados pasando muchísimas necesidades y teniendo que recurrir
a asilos y beneficencias si no tenían hijos que les alimentasen.
Fue una profesión muy dura y poco gratificante sobre todo
para aquellos que porteaban carbón, hielo de las sierras, corcho, piedras, mercancías molestas y peligrosas
antes no cualificadas como tales.
Cuando aparecieron los motocarros y aumentaron las flotas de
vehículos y camiones, comenzaron a
desaparecer de los pueblos marchándose los más jóvenes a otras regiones como
Valencia, Barcelona ó Vascongadas, mientras que los mayores quedaban a merced
de la penuria de vivir sin un puñetero duro
ó ingresar en los asilos benéficos de monjas. Una triste realidad
que no ha tenido derecho ni siquiera a
su memoria histórica.
Un abrazo Currini
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