Con el cese de Ana Pastor y Juan Ramón Lucas, pese a sus logros, RTVE da marcha atrás y sigue fiel a su destino revanchista para complacer a los jefes políticos de turno
Francisco Andrés Gallardo | Actualizado 08.08.2012 - 05:00
Si mañana llegaran los señores de otra empresa para dirigir Antena 3 no se les ocurriría quitar a Matías Prats o a Susanna Griso de sus programas: son referencias de la cadena y son baluartes de audiencia en sus respectivas franjas. Ni aunque los enemigos de Telecinco tomaran hoy los despachos iban a eliminar a Jorge Javier Vázquez, a David Cantero o a Ana Rosa Quintana de donde están. Como mucho irían practicando una disimulada cirugía en la parrilla.
Con TVE como cadena pública y, por tanto, asaltable por el que gana en las urnas, se puede hacer todo lo que sea, como desnudarla de recursos o despeñarla por el barranco de las decisiones revanchistas. Los nuevos directivos tienen derecho a crear sus equipos de confianza, pero no están investidos para decapitar todo cuanto de bueno (en índices de audiencia, en reconocimientos o en credibilidad) han podido hacer sus antecesores. En cierta medida eso es un despilfarro. Complacer a los jefes políticos con los ceses de Ana Pastor o de Juan Ramón Lucas (con lo que cuesta fidelizar oyentes en la radio, bien lo recuerdan en Onda Cero cuando en los años del pro-aznarismo se cargaron a Julia Otero) sólo viene a ensuciar la imagen histórica de la corporación, a crear más fisuras en el seno de RTVE y a rebajar los índices de la próxima temporada.
Tras la progresiva desaparición de series propias, la desorientación en contenidos de entretenimiento o divulgación y con los inminentes cambios en Informativos (con la consecuente marcha de cientos de miles de espectadores), La 1 no va a pasar del 10% en estos meses y el Canal 24 Horas va a hacer aguas en el océano de la TDT: una excusa perfecta para los políticos del PP que protestan por el gasto que ocasionan los medios públicos. Canal Sur podría beneficiarse en seguidores de la deserción en TVE pero ni se trabajó en ambición de calidad en años anteriores ni hay ahora dinero para dar un golpe de efecto en el mando.
Rodríguez Zapatero ideó un modelo económico para RTVE que la pone al filo del abismo financiero y un concepto de servicio público independiente al límite de la osadía: fueron precisamente los consejeros populares (ojo, llegaron a ser mayoría gobernando el PSOE) los que pusieron más piedras en el camino de los dos presidentes de consenso, Luis Fernández, con sus tics de megalomanía; y Alberto Oliart y sus vehemencias. No puede haber independencia cuando no hay respeto por una institución tan maltratada como la radiotelevisión pública.
Los presidentes que iban a gozar de independencia de la Moncloa no aguantaron ni la mitad de su mandato y el Gobierno no soportó ni nueve meses para resolver con acuerdos el futuro de RTVE, de una RTVE independiente y útil. Dio marcha atrás y ha reconvertido la corporación pública lo que ha sido durante más de medio siglo: un altavoz de las consignas del poder y una mascota de los deseos de los visionarios del gobierno de turno. Para eso pagan los políticos, no los ciudadanos. O eso creen quienes se han solido sentar en las sillas de Prado del Reír.
En ese paisaje el periodismo, los interrogantes incisivos de Ana Pastor o la narración de la actualidad de los equipo de Lucas o Toni Garrrido en RNE, estaban llamados a la desaparición. No hay que tener mucha imaginación sobre los futuros contenidos de TVE, sabiendo que el director de Informativos se ha forjado en una Telemadrid sin crédito de pluralidad e imparcialidad. Lo que va hacer la cadena pública en sus programas de más calado ya lo hacen a un precio más barato canales residuales como Intereconomía o 13 TV. Otra excusa perfecta para ir preparando el cierre, o la privatización, de una cadena con más de 6.000 trabajadores, 7 veces más que las dos que se reparten el pastel de la rentabilidad publicitaria, Mediaset y Antena 3. Sí, el fin del mundo ha llegado. El 'mineralismo' llegó. Por lo menos para RTVE.
Con TVE como cadena pública y, por tanto, asaltable por el que gana en las urnas, se puede hacer todo lo que sea, como desnudarla de recursos o despeñarla por el barranco de las decisiones revanchistas. Los nuevos directivos tienen derecho a crear sus equipos de confianza, pero no están investidos para decapitar todo cuanto de bueno (en índices de audiencia, en reconocimientos o en credibilidad) han podido hacer sus antecesores. En cierta medida eso es un despilfarro. Complacer a los jefes políticos con los ceses de Ana Pastor o de Juan Ramón Lucas (con lo que cuesta fidelizar oyentes en la radio, bien lo recuerdan en Onda Cero cuando en los años del pro-aznarismo se cargaron a Julia Otero) sólo viene a ensuciar la imagen histórica de la corporación, a crear más fisuras en el seno de RTVE y a rebajar los índices de la próxima temporada.
Tras la progresiva desaparición de series propias, la desorientación en contenidos de entretenimiento o divulgación y con los inminentes cambios en Informativos (con la consecuente marcha de cientos de miles de espectadores), La 1 no va a pasar del 10% en estos meses y el Canal 24 Horas va a hacer aguas en el océano de la TDT: una excusa perfecta para los políticos del PP que protestan por el gasto que ocasionan los medios públicos. Canal Sur podría beneficiarse en seguidores de la deserción en TVE pero ni se trabajó en ambición de calidad en años anteriores ni hay ahora dinero para dar un golpe de efecto en el mando.
Rodríguez Zapatero ideó un modelo económico para RTVE que la pone al filo del abismo financiero y un concepto de servicio público independiente al límite de la osadía: fueron precisamente los consejeros populares (ojo, llegaron a ser mayoría gobernando el PSOE) los que pusieron más piedras en el camino de los dos presidentes de consenso, Luis Fernández, con sus tics de megalomanía; y Alberto Oliart y sus vehemencias. No puede haber independencia cuando no hay respeto por una institución tan maltratada como la radiotelevisión pública.
Los presidentes que iban a gozar de independencia de la Moncloa no aguantaron ni la mitad de su mandato y el Gobierno no soportó ni nueve meses para resolver con acuerdos el futuro de RTVE, de una RTVE independiente y útil. Dio marcha atrás y ha reconvertido la corporación pública lo que ha sido durante más de medio siglo: un altavoz de las consignas del poder y una mascota de los deseos de los visionarios del gobierno de turno. Para eso pagan los políticos, no los ciudadanos. O eso creen quienes se han solido sentar en las sillas de Prado del Reír.
En ese paisaje el periodismo, los interrogantes incisivos de Ana Pastor o la narración de la actualidad de los equipo de Lucas o Toni Garrrido en RNE, estaban llamados a la desaparición. No hay que tener mucha imaginación sobre los futuros contenidos de TVE, sabiendo que el director de Informativos se ha forjado en una Telemadrid sin crédito de pluralidad e imparcialidad. Lo que va hacer la cadena pública en sus programas de más calado ya lo hacen a un precio más barato canales residuales como Intereconomía o 13 TV. Otra excusa perfecta para ir preparando el cierre, o la privatización, de una cadena con más de 6.000 trabajadores, 7 veces más que las dos que se reparten el pastel de la rentabilidad publicitaria, Mediaset y Antena 3. Sí, el fin del mundo ha llegado. El 'mineralismo' llegó. Por lo menos para RTVE.
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