La vida de los niños de mi edad, transcurría en absoluta libertad, por las calles del pueblo, el Risco, las Minas, Las Cantarigüelas, Garcibravo, Las Torres y todos los alrededores tan bonitos de que goza nuestro bello pueblo, pero también como en el colegio y el aire político que se respiraba, nos empujaba a estar en la iglesia, llegamos a costumbrarnos a estar en élla , en sus patios, huertos y corredores como si se tratase de nuestra propia casa y la estrategia de asistencia estaba muy bien pensada porque los maestros, si no ibas por las tardes al catecismo o los domingos y festivos a misa ya tenías seguro garantizado el Lunes unos pocos de palmetazos encima pues estaban esos pelotas del maestro que al llegar lo primero que hacían era decirle los nombres de los que habíamos faltado y por otra parte estaba la audacia propia de los curas que nos atraían organizando teatros, excursiones, concursos y toda clase de eventos de los que en el pueblo se carecia. Recuerdo que si ibas al catecismo por la tarde, al salir nos íbamos corriendo a la Sacristía y el cura nos entregaba a cada uno un “vale” que consistia en un pequeño trozo de papel con el sello de la iglesia que previamente habia sido puesto con aquel tampón que tanto manchaba y que no se quitaba con nada, cuando ibas a misa, te daban dos “vales” y nosotros los juntábamos y los metíamos en aquellas latitas tan bonitas de “Parches Chami”( parches para arreglar las cámaras de bicicletas).
Los domingos, al terminar la misa, el cura decía… hoy se cambian los vales y todos salíamos corriendo y nos poníamos en fila en la puerta de la sacristía y al ratillo aparecía el Padre Sánchez con un canasto lleno de juguetes ( estampas, flautitas de caña, pitos de lata, bolindres de barro, escapularios y algunas cosillas así…) y como había siempre una lista puesta con los vales que se necesitaba para cada cosa, nosotros ya sabiamos lo que ibamos a coger y dado que careciamos de todo, cualquier cosa de aquellas nos hacia emocionarnos y hasta no dormir la noche antes.
Había tantos días de fiesta y tantos mártires a los que recordar que eran muy frecuentes las misas, procesiones y actos religiosos y para que lo sepais el público era siempre el mismo es decir los consagrados beatos, la chiquillada que estábamos locos porque surgieran estas cosas para pasárnoslo bomba y la juventud femenina que encontraba una forma de lucir la modesta ropilla que le hacían en casa y de mirar de reojo a la incipiente juventud masculina que acudía a “golimbrear” y después estaban aquellas señoras mayores que solo hacían rezar y rezar pero un verdadero arraigo católico yo creo que no ha existido nunca en mi pueblo.
Yo era bastante pequeño pero recuerdo como apareció el cura en la escuela de D. Bernardo y empezó a hablar de que Jimena era un pueblo en el que no todo el mundo iba a la iglesia del Señor y que por eso nuestro pueblo había sido designado para recibir la visita de “Los Misioneros” que eran unos Padres llenos de santidad que eseñaban el evangelio y la doctrina cristiana por todo el mundo y habíamos tenido la suerte de que pronto estarían entre nosotros.
Aquello se difundió en Jimena como la pólvora y no se hablaba de otra cosa nada más que de los Misioneros que venian de tierras de Africa y ahora nos tocaba el turno a nosotros los jimenatos que por lo visto la iglesia nos vio cara de biafreños o de condenados perpetuos a los que había que salvar a toda costa.
En el colegio, se nos fue preparando mentalmente, y cada vez nos sentíamos más nobles y buenos esperando a aquellos santos evangelizadores que transformarían totalmente la fe de los jimenatos y en el pueblo se oían los comentarios y las bromas de los mas reacios a participar en los asuntos de la iglesia y de otra parte los beatillos y beatillas de siempre se les veia felices y contentos con frecuentes ir y venir a charlar con el cura y participar en los preparativos de adecuación de la iglesia y alojamientos para los padres misioneros.
Unos días antes de la llegada, el padre Sánchez dio instrucciones a través de los colegios de cómo cada niño tenía que hacer en su casa una bandera de papel a la que se le pintaba una cruz grande en azul o rojo y el que lo desease podía poner pagada en la otra cara una imagen de Cristo ó de alguna Virgen y se pegaba con “almidón” a un mástil de madera y como por fin llegó el día anunciado, allí estábamos todos los niños del pueblo debidamente organizados por los maestros diciendo ¡ Vivan los Misioneros!, ¡ Viva la Iglesia Católica! Y empezábamos a cantar aquellas canciones que habiamos aprendido desde pequeñitos como ¡ con flores a Maria..!, “Dios Te Salve…! Y toda aquella rutina eclesiástica.
La verdad es que al pueblo aquello de los Misioneros, levantó un poco el ánimo de toda la gente ya que todos los días habia procesiones y la intencionalidad constante de estos señores por llevar a la iglesia a todos los sectores del pueblo pero como es normal pudieron con la chiquillería que no queriamos otra cosa que divertirnos como fuese sin entender nada más, pudieron con parte de la juventud tanto femenina como masculina por la curiosidad y los deseos de estar cerca los unos con los otros pero a la gente del campo y del monte no podían de ninguna forma llevarla al redil por muchas charlas y actos que organizaban.
Recuerdo que una noche habían organizado una procesión y como era festivo había mucho movimiento de gente del campo y el bar de Bartolo en las cuatro esquinas estaba hasta los topes de gente tomando copas y los Misioneros en el barullo de la procesión fueron poniendo a los niños y las mujeres taponando la calle Sol, el callejón de la Tronereta y los dos tramos de la calle Sevilla. Lo hicieron tan bien estudiado que con el megáfono desde la “embarrá” fueron pidiendo por favor a todos los hombres que pasasen al centro de la calle e insistian una vez y otra hasta que poco a poco fueron entrando en el saco( aunque algunos se escaparon corriendo por los callejones) pero otro misionero entró en el bar y pidió por favor que saliesen a la calle y como habia tanto miedo a estos señores vestidos de negro los pobres con sus caritas… salieron y una vez completado el cerco, aquel padre Misionero quiso convertir a todo el pueblo en un rato que no terminaba nunca y donde se escuchó de todo y para colmo hicieron de cantar a todo el mundo las canciones tan fervorosas de antes y que si lo hacías seguro que ibas al cielo de un tirón.
Al día siguiente en las tiendas, en las esquinas, en los bares y en todo sitio de Jimena eran “corrillos” donde con sarcasmo y bromas se metian unos con otros con los comentarios de que si a ti te gusta la iglesia, de que te vas a ir de cura, de que te hicieron de cantar la Salve y otras cosas parecidas.
Estuvieron nuestros misioneros en el pueblo un montón de días y creo que cuando se fueron continuamos siendo los mismos de siempre y Jimena continuó con su vida cotidiana y sus bromas sobre los Misioneros, con el tiempo se fueron apagando y quizás hoy estas líneas mías hayan servido para que algunos de los que vivieron esos momentos lo recuerden con agrado y simpatía como me sucede a mi.
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