Una de las soluciones es elaborar conservas de frutas, como mermeladas o confituras, o mantenerlas en almíbar
Llega el verano y, con él, una gran variedad y cantidad de frutas jugosas propias de esta estación, como los albaricoques, nectarinas, melocotones, cerezas, peras de san Juan o ciruelas. Todas ellas tienen en común su jugosidad, dulzura y una gran cantidad de fructosa, lo cual las hace muy apetecibles para comerlas frescas y en su punto. Pero también tienen un pequeño inconveniente: hay demasiadas en esta época y, por tanto, a menudo se pasan de forma rápida, ya que se recogen en su punto de maduración.
Elegir las más adecuadas
El calor ambiental y su alto contenido en azúcares constituyen un medio muy propicio para mohos y bacterias, que hacen que la fruta se pase y se pudra con mucha rapidez. Una de las soluciones es elaborar conservas de estas frutas, como mermeladas o confituras, o bien mantenerlas en almíbar.
Para ello, deben elegirse las frutas sin golpes, lavarlas, pelarlas, trocearlas y ponerlas a cocer con una proporción de peso entre la fruta y el azúcar, en función del dulzor propio de la fruta. Una vez cocida, se obtiene una cremosa mermelada o confitura, que se embota y se guarda con una caducidad aproximada de un año.
Llega el verano y, con él, una gran variedad y cantidad de frutas jugosas propias de esta estación, como los albaricoques, nectarinas, melocotones, cerezas, peras de san Juan o ciruelas. Todas ellas tienen en común su jugosidad, dulzura y una gran cantidad de fructosa, lo cual las hace muy apetecibles para comerlas frescas y en su punto. Pero también tienen un pequeño inconveniente: hay demasiadas en esta época y, por tanto, a menudo se pasan de forma rápida, ya que se recogen en su punto de maduración.
Elegir las más adecuadas
El calor ambiental y su alto contenido en azúcares constituyen un medio muy propicio para mohos y bacterias, que hacen que la fruta se pase y se pudra con mucha rapidez. Una de las soluciones es elaborar conservas de estas frutas, como mermeladas o confituras, o bien mantenerlas en almíbar.
Para ello, deben elegirse las frutas sin golpes, lavarlas, pelarlas, trocearlas y ponerlas a cocer con una proporción de peso entre la fruta y el azúcar, en función del dulzor propio de la fruta. Una vez cocida, se obtiene una cremosa mermelada o confitura, que se embota y se guarda con una caducidad aproximada de un año.
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