Huyendo un poco de la clasificación tradicional de las distintas etapas de nuestra forma de vivir ( infancia, adolescencia y senectud ), no se porque me he despertado hoy con la obsesión de reflexionar sobre los contrastes que experimentamos en nuestro particular forma de vida desde nuestro nacimiento hasta que nos convertimos en longevos.
En la Naturaleza, hace explosión nuestro vivir de golpe como cualquier otro ser, por insignificante que lo consideremos, desde ese preciso momento ya somos parte integrante de una comunidad que nos impregna de su propia existencia, pero que si reflexionamos un poco y pensamos, nos damos cuenta que desde ese preciso instante ,no tenemos conciencia exacta, pero si un presentimiento interior de que pertenecemos a algo bello y grandioso, distinto de la opacidad a la que hemos estado sometidos en el vientre materno.
Ese primer abrir de ojos y observación atenta de la nueva realidad, supone también el primer contraste brutal entre dos realidades distintas, por lo que superado en unos días , placenteramente nos entregamos por completo a devorar existencia acaparando con egoismo todo tipo de sensaciones, hasta que paulatinamente, sin darnos cuenta, adquirimos la capacidad de comunicación con nuestros semejantes por lo que ya el primer contraste con la realidad ha desaparecido e inmersos en esta nueva realidad no paramos de adquirir conocimientos de forma relajada y feliz hasta que cumplimos aproximadamente catorce años cuando nuestro cuerpo hormonalmente se predispone a otra forma de vida totalmente distinta y es aquí cuando aparece otro brusco contraste en nuestra forma de pensar, de relacionarnos con nuestros semejantes y de no estar conformes con la mayor parte de toda la existencialidad y aparece la disconformidad tan acusada en esta época de nuestra vida. Es tan grande el contraste de vida entre las dos etapas fronterizas que cuando termina y se pasa a la siguiente, resulta un ser totalmente distinto con nueva forma de pensar y de vivir que nada tiene que ver con la anterior etapa. Las normas de conductas que la rigen son firmes durante durante quince años con tendencia poco a poco a ser más flexibles en los comportamientos y actitudes para con los demás y se va reconociendo que no siempre somos partidarios de la verdad y dejamos de vernos como los mejores para reconocer que otros pueden ser mejores que nosotros en todos los aspectos. Esto sucede a los cuarenta y cinco años más o menos cuando empezamos a notar el contraste de la nueva etapa.
Es a partir de aquí cuando se va aceptando nuestra debilidad psiquica y física y se entra en la etapa del cansancio y desgana por el trabajo, apareciendo las justificaciones mentales de que todo es para nada y que nada merece la pena, aparecen en muchos casos los nietos y nos convertimos en la permisividad en persona y se buscan nuevas vocaciones como el viajar, pasear, leer y no profundizar en las cosas que puedan causar problemáticas.
Como veis una nueva perpectiva de enfocar mi reflexión de hoy con respecto a los cambios que experimentamos a lo largo de nuestra vida, sin que tenga porque ser un tratado ni imponer nada porque tengo 61 años pero el poder de reflexionar a mi manera no hay quien me lo quite y eso es lo que me hace inmensamente feliz.
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