Sobre las nueve de la noche, solía preparar mi madre la mesa, en la que colocaba un plato hondo por persona y al lado una cuchara y un tenedor, en el centro una fuente con bastante lechuga picadita muy fina y aliñada con aceite, sal, limón y bastante agua fresca del cántaro. Llegaba mi padre y cogiendo la media limeta y su vasito, nos sentábamos y aparecía mi madre con aquella olla enorme llena de garbanzos, fideos y patatas, cuyo olor tan exquisito te hacía impacientarte y te removías sin querer en aquella crujiente silla de enea, hasta que dejaba caer en tu plato varias veces aquel cucharón completamente lleno del caldo con todo el puchero. Esa escena, que se repetía todos los días en los hogares de Jimena, me hubiese gustado haberla podido plasmar en una fotografía eterna.
El olor al puchero, el pan, y la lechuga, te hacián aumentar el apetito y terminado el plato, se ponía en el centro aquella fuente llena de carne de cerdo y pavo con sus trozos de costilla vieja y el tocino de las dos clases(añejo y fresco) que nos apresurábamos a tomar cada uno su parte y pringarlo todo con el trozo de pan y el dedo gordo encima. Algunos no podíamos ni tomar postre y otros se pedian su vaso de café negro migado con la certeza de que no les quitaría el sueño ya que el café de mi casa era de cebada.
Con el estómago lleno, nos salíamos a la calle todos los chavales a las “Cuatro Esquinas” y en grupo nos íbamos al Paseo a corretar y jugar por la plaza, hasta que nos cansábamos y nos volviamos a subir otra vez y continuaban los juegos hasta la una o las dos de la madrugada ya que el intenso calor no dejaba dormir a nadie dentro de las casas.
Este calor sofocante que invadia a nuestro pueblo por las noches es lo que nos permitia a nosotros estar corriento y jugando hasta tan tarde porque nuestros padres, también lo pasaban bien a su manera.
En todas las casas del pueblo, se sacaban las sillas por las noches a la puerta y se sentaban a charlar todos los vecinos más o menos juntos, según lo permitiese la configuración del rellano de los portales.
Mi casa, por su situación era un tanto especial, ya que mi padre sacaba todas las noches los taburetes de los zapateros y además de mis padres, se sentaban algunos vecinos a lo que se unía Jacinta la de la tienda y Ana boza, que sacaban unos sillones enormes de mimbre y aparecían sus hijas Angeles, Julia y Lucía con sus respectivos maridos, Juan Pérez, José Castilla y Angel Durán y todos sus hijos se unian a nuestros juegos de las Cuatro Esquinas sobre todo Paco Pérez, Pepe Pérez, Mª Cristina, Joselito Castilla y Maria Teresa .
Como coches no pasaban, no había problemas de ningún tipo y se unian las sillas y charlaban de todas las cosas habidas y por haber, se contaban anécdotas y se charlaba también con los que transitaban por la calle que sobre todo en mi puerta se paraban a beber agua de aquel “pipo” tan fresquito que teníamos y que era el del taller de los zapateros con su pitorro de palo tapando el agujero.
Como el bar de Bartolo Jiménez estaba al lado, con mesas debajo de la embarrá, allí también se juntaba gente sentada que no se gastaban un duro pero entonces no se le decía nada a nadie porque se sentase sin consumir y lo que quiero decir es que a voces se mezclaban con las conversaciones de nuestra puerta, la de Jacinta y más abajo la de Los Callejas, Sebastián Luque y Mercedes Saavedra.
Aunque describa sólo lo que tenia cerca, las escenas eran las mismas en todo el pueblo y en todas sus calles y aquel sentimiento de vecindad, era tan fuerte que los vecinos se comportaban unos con otros como miembros de una misma familia.
Lo bueno es que no existía la televisión y a veces yo veia como disimuladamente se metían dentro de mi casa, mi padre, mi tio José y Merino Tejero, poniéndose los tres pegaditos a aquel aparato de radio antiguo que teníamos y escuchaban con mucho miedo “ La Pirenaica” que entre “zumbidos” y ruidos extraños les aportaba noticias de la España luchadora que continuaba en el exilio y cuya radio-difusión estaba prohibida por la dictadura franquista.
En aquellas noches de verano, nosotros jugábamos a tope y lo recorriamos todo, en particular en las noches de Luna Llena, como Las Torres, El Castillo,calles Yustos, La Loba, Paseo Cristina, Barranco La silla, Callejón Techado, Caminete de Luna y hasta subíamos al Risco.
Como es lógico, el tiempo se va encargando de transformarlo todo, nos guste o no nos guste, y nos fuimos haciendo mayores viendo como muchas personas desaparecían por ley de vida, otros abandonaron el pueblo por necesidad y los que quedarón recibieron el impacto de las nuevas tecnologías como la televisión que poco a poco les obligó a no sacar las sillas por las noches de verano y permitir que aquel encanto se perdiese y solo quede en la memoria de algunos nostálgicos como yo.
2 comentarios:
que tiempos aquellos
Estos son los recuerdos que más te hacen anhelar el pasado, ese ayer en el que el ruido de los motores apenas existía en las noches de verano y aún podían oírse las sinfonías que nos regalaban los grillos de lomo dorado.
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