domingo, noviembre 20, 2011
ALGO QUE MERECE LA PENA LEER PORQUE NOS HACE VER LA RESPONSABILIDAD QUE COMO SOCIEDAD TENEMOS EN LA DECADENCIA DE LA POLÍTICA ESPAÑOLA.
RESPONSABILIDADES SOCIALES
Eugenio Trías
(ABC, 14/11/2011)
1. La indignación puede ser provocada por muy diversas causas. Personalmente, me la produce una opinión muy extendida y hasta muy popular: que los males que padecemos, que son muchos, proceden casi en su totalidad de la clase política. Ya este sustantivo, clase, referido a nuestros políticos tiende a discriminar a estos, como si se tratase de un sector de la sociedad al que debe darse de comer aparte.
Que nuestros políticos sean el reflejo fidedigno de nuestra sociedad es, quizás, la mayor objeción que puede hacérseles. Desearíamos que fuesen algo superiores. O que tuvieran mayor nivel para así guiarnos con más solvencia en las difíciles travesías de esta terrible e interminable crisis que afecta a tantos países, y al nuestro en particular. El reproche tan generalizado sobre la insolvencia de nuestros políticos tiene naturaleza de bumerán. Sabemos que no todos son corruptos, ni todos son escasos de luces, ni viven todos ellos de espaldas a los problemas de nuestra sociedad. Pero llevamos demasiados años de mala gobernanza a causa de erradas decisiones fundadas muchas veces en pronósticos irresponsables.
Olvidamos que esos políticos han sido elegidos por nosotros. Proceden de la sociedad a la que pertenecemos. La responsabilidad es, pues, de la sociedad; es nuestra. Si no cumplen sus obligaciones, tenemos la dichosa posibilidad, propia de las democracias, de sustituirlos por otros que, quizás, podemos suponer que sean mejores, o que se rodeen de profesionales más aptos. Ocho años de gobierno es, por lo que se ve, la cifra a la que la sociedad española parece haberse acomodado.
No vale, de ningún modo, la afirmación —tan extendida— de que todos los políticos son iguales, o que la clase política que padecemos es inservible. Con esas afirmaciones se está, en realidad, repudiando a nuestra propia sociedad. Es cierto que hay democracias mejores, con grandes partidos mucho más descentralizados. Sociedades como la que ya empezó a describir y a explicar, en pleno siglo XIX, el gran analista Alexis de Tocqueville en su libro La democracia en América. En Norteamérica los partidos dependen de elecciones individualizadas. La gente vota a personas concretas. Los representantes responden ante esas gentes que les han votado. Para que una ley sea efectiva debe el Ejecutivo convencer, a veces de manera individual, uno por uno en ocasiones, a aquellos representantes del pueblo del propio partido.
En nuestros sistemas europeos, y en España en concreto, rigen esa disciplina partidista y esa militancia sin fisuras que lleva consigo el deterioro del sistema. La nuestra es una democracia imperfecta. Pero es el justo reflejo de la sociedad a la que pertenecemos, herencia de siglos de caciquismo salvaje, hoy más o menos ilustrado.
2. Es legítimo y necesario achacar a los partidos su insensibilidad en temas tan importantes como la educación, la investigación, las humanidades. Pero esas deficiencias no hacen sino reflejar, como en un espejo, la carencia de motivaciones en esas materias que se descubren en la mayoría de los estamentos y clases de nuestra sociedad. Entre los principales valores de esta no se hallan ideales educativos, culturales o científicos.
Se vivió la bonanza económica y social como un golpe de fortuna que, de pronto, dio paso a la ruina, al cierre sistemático de empresas y negocios, a la penuria, al paro, a la estrechez. La historia bíblica de José el proveedor no parece haber regido en nuestra sociedad como prevención necesaria para los años de vacas flacas.
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