viernes, octubre 09, 2009

LE PUDO SUCERDER A CUALQUIERA.......



Ni siquiera voy a mencionar tu nombre para que no pienses que estoy hablando de ti. No sé pueblo de mis amores, porque tuve que marcharme, si en realidad nunca quise perder de vista tus calles empedradas, tus “desconchones” en las fachadas blancas, las alberrazas entre los escalones de los desniveles de tus calzadas. Menos mal que los que me llevaron fuera, lo hicieron de buena gana para poder comer el trozo de pan de la subsistencia que hacía falta llevarse a la boca para vivir con dignidad ante los demás.

Cuanta necesidad ignorada había entonces en nuestras vidas…. Porque ni maletas había para llevar, ni ropas, ni zapatos de repuestos para almacenar. Los estómagos rugían con fuerza y se les calmaban con mendrugos de pan y cortezas de queso. Hasta los pellejos de las morcillas nos sabían a gloria bendita y su olor alimentaba con tristeza para poder empezar de nuevo la jornada siguiente.

La noche de la partida, mi casa estaba ya vacía de los olores de la existencia, entre las viejas y rotas sábanas intenté dormir y mis lágrimas fueron enjugando mi cuerpo con el sabor de la desesperación. Lejanas llegaban a mis oídos las palabras de las vecinas que se despedían de los míos…. ¡que os acordéis de nosotras!, decían y mis lágrimas seguían empapando mi cuerpo caliente ya entre las cálidas y rezurcidas telas de la cama.

Noche triste y larga porque mi alma se negaba a salir por la puerta de mi casa y eso que se decía que por mi edad no podía sentir ni saber nada. ¡ Que equivocados estaban!. Había nacido y me había criado allí con mucha escasez de todo pero con tristezas y alegrías me sentía inmensamente feliz con las niñas de mi edad.

Sentada en el banco de madera de aquel viejo tren, veía como los palos de la luz se alejaban y quedaban atrás de mi vista, el olor a carbonilla era tan intenso que se metía en mi estómago vació y lo material se clavaba en mis ojos como motas de hierro que me hacían llorar profundamente sin que lo mandase mi cerebro aturdido.

Ya nos vamos, me decían, cualquiera sabe si volveremos, pero esa es la vida un caminar incierto….¿ porque nos vamos…? Esa era mi pregunta y siempre la misma respuesta…. – vamos en busca de pan.

El viejo tren iba despacio pero seguro por valles, ríos y montañas. Crujían las maderas, sonaba el silbato en las pronunciadas curvas y poco a poco me fui sintiendo extranjera en mi propio país, sobre todo cuando al asomar mi carita por la ventanilla en una estación comprendí que no sabía lo que aquellas personas decían porque no les entendíamos.

Ibas buscando ilusiones de grandezas y la propia casa de tu destino era mucho peor que la que habias dejado en el pueblo de tu nacimiento. Cuando llegué a aquel país comprendí que la vida la llevas dentro y tienes que componértelas para aprender a andar derecho para siempre. A los pocos días hablaba de otra forma y mi mente estaba puesta en ganar dinero junto a los que me llevaban con la ilusión de poder volver al viejo pueblo para siempre.

Los míos, los que me acompañaban aprendieron a ser felices con la ilusión del regreso temporal y lo consiguieron por poco tiempo, porque el destino les privó de poder largo tiempo respirar tranquilos en el lugar de la partida. La imagen del pueblo se va difuminando en mi mente, los recuerdos dejan de hacerse intensos y las nostalgia invade de vez en cuando todo tu ser pero como algo pasajero que el tiempo se encarga de limpiar una y otra vez.

Ya no se pensar como pueblerino/a, porque el amor nace en cualquier parte, es fruto de nuestra existencia, se echan raíces que como a un árbol te atenazan a la tierra para siempre y, tu savia, cual la del árbol, es nueva para dar colorido a la propia vida.

Cuando vuelvo al pueblo comprendo que nunca debí marcharme, porque la vida de aquí me sigue haciendo falta para ser lo que no soy y para pensar como debiera y no como se me obligó a pensar y expresarme. Cuantas cosas veo en estas calles y cuantos recuerdos de cosas lejanas e irreales pasan por mi mente que pudieron haber ocurrido y se quedaron en banales deseos de juventud.

Esto que estoy contando, sin saber porqué, le ha podido suceder a cualquiera, parte a mi mismo y, como ha sido mi subconsciente el redactor, puede que se hayan grabado dentro de mi, estas escenas sin que nadie me las haya contado, fruto de ese entender tan perfecto cuando hablo con los demás a los que aprecio de corazón.

Mi reflexión de hoy es tan indeterminada para tantos… que muy pocos la habrán terminado de leer por aburrida, pero si alguien ha podido sentirla suya, yo me doy por satisfecho.

Un abrazo

1 comentario:

Anónimo dijo...

SOLO UNA PALABRA IMPRESIONANTE , YA SABES QUIEN SOY