viernes, enero 01, 2010

LOS PEINES "ESPESOS" DE MI ABUELA ISABEL MERINO. JIMENA DE LA FRONTERA

Así era yo limpito y sin huéspedes en la cabeza.

Ayer tocó el turno de contaros algunas cosas sobre los “almanaques” y hoy sin saber porqué, me he acordado de los peines “espesos” o “antipiojos” que mi abuela Isabel tenía muy limpios, “liaitos” en un papel de “estraza” y después metidos en una bolsita de tela que expresamente se hacía para proteger tan valioso tesoro.

Han transcurrido un montón de años y todavía de vez en cuando aparecen los piojos en las cabezas de algunos niños para que sepamos de alguna manera que estos “bichejos” siguen compartiendo vida con los humanos y para que no se pierda del todo el conocimiento de estos seres que se posan sobre las cabezas de pequeños y mayores sin discriminar mucho el que sean ricos o pobres.

Cuando éramos pequeños, la verdad es que nos lavábamos mas bien poco, porque el agua de Los Barberos era escasa y se utilizaba solamente para beber o para hacer la comida. Esta falta de agua hacía que los piojos proliferasen en nuestras cabezas con mucha facilidad y como en las escuelas estábamos muy juntitos… bastaba que alguno los llevase al colegio para que a los dos o tres días todos estuviésemos infectados y hasta el maestro se pegase unos “rasconazos” constantes y que a nosotros nos hacía reir porque lo sabiamos perfectamente.

Cuando yo aparecía en mi casa arrascándome la cabeza más de lo normal, mi abuela me cogía y me decía…. : - Anda hijo… vente conmigo…! Y con todo un ritual de lentitud… desliaba sus herramientas antipiojeras que eran dos “ peines espesos” de nácar o hueso que sujetándome la cabeza con su mano izquierda me entraban desde la frente hasta el cogote clavándose en mi cuero cabelludo y haciéndome un daño atroz.

Mi abuela, miraba el peine y aquello, a veces, se movía por todas partes….. hasta exclamar…. ¡ hijo mío estas “minaito!.. ¿ no te va a picar la cabeza…?, así que el peine pasaba una y otra vez como el arado por la “besana” hasta que yo comenzaba a llorar de tanto martirio.

El proceso finalizaba, cuando yo era pequeño, espolvoreándome la cabeza con “ZZ” y te amarraban un pañuelo aguantándolo a uno un ratillo porque aquel mal olor no se podía soportar y al fín me cogían mis hermanas y me metian la cabeza en la “palagana” de agua casi hirviendo. Me frotaban con fuerza con el jabón carbónico una y otra vez para repetir lo mismo varias veces hasta que yo quedaba totalmente limpio de piojos y “liendres”.

Una de las veces que adquirí tan estupendo “regalito” en mi cabeza fue en la escuela de Don Román pues estuve junto a un chaval que le decían “Tororo” de familia gitana que vivia en el Corral Concejo y el pobre estaba “hasta las trancas” de esos animalitos y creo que yo fui el que me encargué de transmitirlo a Pepe Luis Luque, a José Pajarez y a muchos más… que también los repartieron por donde pudieron.

De mayor también los cogí una vez pero ya resultaba más facil solucionar el problema pues simplemente hervimos todos los peines de casa y en la tienda de Jacinta compré un champú especial que ya vendían para eso y después de lavarme la cabeza varias veces seguidas quedé como nuevo y listo para presumir de chico límpio y aseado como me gustaba a mi.

Resulta difícil encontrar que alguien el primer día del año nuevo escriba sobre estas cosas y sobre esos “animalitos” de los que nadie quiere saber nada, pero yo digo que hay que saber y hablar y compartirlo todo con dignidad, que para eso estamos en el mundo que nos ha tocado vivir.

Un abrazo.

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