Ayer jueves pasamos el día completo en La Barca Moreno y uno que no se puede quedar quieto, nada más llegar cogí el escardillo, el saco y la navaja y me fui de “solano” con mis pensamientos y mis reflexiones a pasearlas por el campo.
La tierra está ávida de calor y lo demuestra en las numerosas plantas que de siempre han crecido a nuestro alrededor y que en estos días primaverales nos muestran sus flores con esos colores tan prodigiosos que nos entran por la vista y hacen que su vecino el olfato se impregne de esa fragancia que aún conservo dentro de mi.
Borrajas, cardos borriqueros, cardos alcaucileros, amapolas, alberrazas, almirones, margaritas, manzanillas, poleo, matagallos, mastrantos, malvas, eneldos, biznagos, vinagrillos y muchos más, muestran su exuberante color intenso y su aroma constante que atrae a esa corte interminable de insectos que revolotean entre las hojas y las flores.
Es un placer que no puedo describir eso de soltar el saco, el escardillo y la navaja para desenganchar el alambre de la “angarilla” y después volverlo a hacer otra vez para dejar las cosas bien hechas y que los animales no escapen con el consiguiente enfado del dueño de la finca.
La tierra junto al arroyo está mojada y la hierba bastante crecida lo que hace que mis pies comiencen a sentirse húmedos por la escarcha que ha traspasado mis tenis, pero es algo tan natural y que siempre ha sucedido así, que no me importa nada en absoluto y aunque estornudo varias veces, me conformo y le echo las culpas al polen y al nuevo tema de las alergias primaverales.
Con el escardillo en la mano miro a esas tagarninas que en varios días han crecido tanto que ya no se pueden coger por lo de haberse subido al tallo y en el fondo me alegro porque seguirán su curso natural para inundar más tarde todo este campo de semillas para el nuevo año. Ya estoy convencido que lo del saco y el escardillo ha sido un atraso y no se como los voy a llevar por la incomodad que representan para mí al estar decidido a no coger tagarninas hasta el próximo año.
Allí… en el “repecho” veo ya algunas esparragueras y aunque es agradable el olor de las plantas y sus coloridos, resulta que la cuestecita se me repucha un poco pero por mucho que miro, remiro y paso la navaja por las esparragueras hay muy pocos espárragos, así que camino con mis pensamientos y me distraigo saltando los duros terrones y las quebradas esquinas de las pisadas de las vacas endurecidas como un guijarro acristalado.
La vaca colorada y la retinta me miran como un intruso en su mundo y yo con recelo paso junto a ellas, mientras que la “garzilla “ arranca el tímido vuelo dejando sus patas colgadas para posarse de nuevo más arriba al lado de otra vaca enorme que come hierba sin cesar.
Ya los pájaros perdices están acollarados, lo sé porque acaban de levantarse dos de ellos delante de mi con ese ruido tan caracteristico y que no he olvidado desde que yo era un niño y estada todo el santo día caminando por estos campos de Dios.
Decido que no voy a bajar a salir por la “angarilla” y hago un hueco con mis manos entre las mohosas alambres de pincho del cercado para meter primero mi cabeza y después quedarme enganchando por una lana del “yersi” que se ha estirado al máximo y seguro que en cuanto me vean me dirán… ¡ tienes eso roto….! Pero no hay problemas porque un día primaveral se merece que pasen esas cosas y otras muchas más.
Cinco espárragos en mi mano, debajo del brazo el saco, el escardillo y ya vuelvo de regreso entre flores, matas y pinchos con mis ojos alegres por los coloridos y mi corazón contento porque la Naturaleza hace que me sienta así.
Los alrededores de mi pueblo siguen siendo preciosos y las plantas y flores son las mismas que había en mi niñez. Sigo sin saber sus nombres pero las reconozco al instante y me transmiten las mismas emociones que sentía en aquellos entonces….. y que nunca olvidaré.
Un abrazo.
La tierra está ávida de calor y lo demuestra en las numerosas plantas que de siempre han crecido a nuestro alrededor y que en estos días primaverales nos muestran sus flores con esos colores tan prodigiosos que nos entran por la vista y hacen que su vecino el olfato se impregne de esa fragancia que aún conservo dentro de mi.
Borrajas, cardos borriqueros, cardos alcaucileros, amapolas, alberrazas, almirones, margaritas, manzanillas, poleo, matagallos, mastrantos, malvas, eneldos, biznagos, vinagrillos y muchos más, muestran su exuberante color intenso y su aroma constante que atrae a esa corte interminable de insectos que revolotean entre las hojas y las flores.
Es un placer que no puedo describir eso de soltar el saco, el escardillo y la navaja para desenganchar el alambre de la “angarilla” y después volverlo a hacer otra vez para dejar las cosas bien hechas y que los animales no escapen con el consiguiente enfado del dueño de la finca.
La tierra junto al arroyo está mojada y la hierba bastante crecida lo que hace que mis pies comiencen a sentirse húmedos por la escarcha que ha traspasado mis tenis, pero es algo tan natural y que siempre ha sucedido así, que no me importa nada en absoluto y aunque estornudo varias veces, me conformo y le echo las culpas al polen y al nuevo tema de las alergias primaverales.
Con el escardillo en la mano miro a esas tagarninas que en varios días han crecido tanto que ya no se pueden coger por lo de haberse subido al tallo y en el fondo me alegro porque seguirán su curso natural para inundar más tarde todo este campo de semillas para el nuevo año. Ya estoy convencido que lo del saco y el escardillo ha sido un atraso y no se como los voy a llevar por la incomodad que representan para mí al estar decidido a no coger tagarninas hasta el próximo año.
Allí… en el “repecho” veo ya algunas esparragueras y aunque es agradable el olor de las plantas y sus coloridos, resulta que la cuestecita se me repucha un poco pero por mucho que miro, remiro y paso la navaja por las esparragueras hay muy pocos espárragos, así que camino con mis pensamientos y me distraigo saltando los duros terrones y las quebradas esquinas de las pisadas de las vacas endurecidas como un guijarro acristalado.
La vaca colorada y la retinta me miran como un intruso en su mundo y yo con recelo paso junto a ellas, mientras que la “garzilla “ arranca el tímido vuelo dejando sus patas colgadas para posarse de nuevo más arriba al lado de otra vaca enorme que come hierba sin cesar.
Ya los pájaros perdices están acollarados, lo sé porque acaban de levantarse dos de ellos delante de mi con ese ruido tan caracteristico y que no he olvidado desde que yo era un niño y estada todo el santo día caminando por estos campos de Dios.
Decido que no voy a bajar a salir por la “angarilla” y hago un hueco con mis manos entre las mohosas alambres de pincho del cercado para meter primero mi cabeza y después quedarme enganchando por una lana del “yersi” que se ha estirado al máximo y seguro que en cuanto me vean me dirán… ¡ tienes eso roto….! Pero no hay problemas porque un día primaveral se merece que pasen esas cosas y otras muchas más.
Cinco espárragos en mi mano, debajo del brazo el saco, el escardillo y ya vuelvo de regreso entre flores, matas y pinchos con mis ojos alegres por los coloridos y mi corazón contento porque la Naturaleza hace que me sienta así.
Los alrededores de mi pueblo siguen siendo preciosos y las plantas y flores son las mismas que había en mi niñez. Sigo sin saber sus nombres pero las reconozco al instante y me transmiten las mismas emociones que sentía en aquellos entonces….. y que nunca olvidaré.
Un abrazo.
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