LA INOCENCIA DE UN NIÑO :
Cuando se pone uno a reflexionar lo que ha sido su infancia, como la ha vivido, el lugar que ha ocupado entre sus hermanos, la protección, los mimos exagerados del entorno familiar y el comportamiento que tenemos después de haber vivido durante tantos años, nos damos perfecta cuenta de que indudablemente existe una interrelación de esas influencias o forma de vida infantil y el comportamiento que adoptamos cuando somos adultos y sobre todo en el ocaso de nuestra vida.
Cada persona puede aplicar y reflexionar sobre lo que estoy diciendo tratando de recordar como fue su infancia, si realmente tuvo apoyo y mimos exagerados, si fue sobreprotegido ó por el contrario fue un número más dentro de una familia que no podía perder tiempo en prestar atención alguna a la vida infantil de los hijos o hermanos.
Ante esas premisas… ya podemos darle vueltas a la cuestión y sacar conclusiones para saber si nuestro comportamiento ante los demás tiene algo que ver o no con lo que estoy diciendo.
Pienso…. Y puede que esté equivocado, que cuando uno ha tenido una infancia bastante dura, sin “carantoñas” de nuestros progenitores ( sin entrar en el motivo de la causa) y sin relaciones extremadamente afectivas con hermanos y familiares, se traduce en comportamientos posteriores egocéntricos con despreocupación total de los problemas ajenos de los demás. Esta persona irá siempre a lo suyo y verá a los demás como seres que han de resolver su vida sin que le importe lo que estén pasando para conseguirlo, porque nada tiene que ver con él.
Como es normal, estoy analizando una sóla pauta de la vida que a mi parecer condiciona comportamientos futuros pero que indudablemente hay infinidad de influencias ( pautas) que convergen en la forma definitiva de actuar una persona determinada en el transcurso de su existencia.
El niño que ha sido “mimado” de verdad, con suma delicadeza y atendido en sus necesidades infantiles durante largo tiempo, llega a su juventud y le aparece el deseo de “cortar” con todo eso que ya considera que no debe continuar, entre otras cosas porque se está sintiendo que poco a poco pertenece a otra escala de valores y lo que deja atrás, lo hace porque lo considera ridículo en la etapa en que ha entrado.
Se vive durante una etapa ajeno a aquellos padres y familiares que adornaron a su infancia de atenciones, como si “aquello” no hubiese tenido importancia alguna, ni hubiese hecho “mella” en su particular forma de vida.
Transcurrieron los años y el “chaval” se ha convertido en una persona mayor y bastante madura…, es cuando poco a poco sin darse cuenta, comienza a recordar y a echar de menos aquellas caricias de su madre, las atenciones de sus padres y los abrazos sinceros de sus hermanos mayores. En esta fase de la vida, se recuerda todo lo feliz que fuimos cuando nos dejaban participar en una “matanza”…., si se hacía piñonate o borrachones y nos daban un trozo de “masa” para que jugásemos, si se jugaba a la “lotería” compartiendo contigo el juego, si te dejaban charlar con los mayores asumiendo tus impertinencias de niño.
Ese recordar y ese comportamiento que tuvieron contigo, te hacen sentirte distinto y si aún les tienes cerca, se lo demuestras con creces y si ya por circunstancias de la vida no están a tu lado, lo lamentarás siempre…. Como si tuvieses una deuda pendiente y aunque te hayas portado bién, notas que te ha faltado tiempo para continuar demostrando que estás agradecido por todo lo que hicieron contigo en tu niñez.
Creo haber llegado al punto de mi reflexión que determina que los comportamientos recibidos en la infancia condiciona nuestro proceder en la madurez y vejez de nuestra vida, convirtiéndonos en personas que comprenden mejor a los que pasan por nuestro lado y que otros sin esas influencias tal vez no consideren en ningún momento.
Hoy, en el Dia Internacional de los Derechos del Niño, he querido contribuir con esta “reflexión” de las mías, para que nos demos cuenta de lo importante que es “mimar” a nuestros hijos, rodearles de ternura y comprensión, sin darles “caprichos” excesivos que a nada conducen.
Estoy plenamente convencido que con nuestro comportamiento hacia ellos, conseguimos hacer grandes personas que se relacionarán mejor con sus semejantes vivientes y llegarán a sentirse mucho más felices con lo que les tocó vivir.
Un abrazo.
Cuando se pone uno a reflexionar lo que ha sido su infancia, como la ha vivido, el lugar que ha ocupado entre sus hermanos, la protección, los mimos exagerados del entorno familiar y el comportamiento que tenemos después de haber vivido durante tantos años, nos damos perfecta cuenta de que indudablemente existe una interrelación de esas influencias o forma de vida infantil y el comportamiento que adoptamos cuando somos adultos y sobre todo en el ocaso de nuestra vida.
Cada persona puede aplicar y reflexionar sobre lo que estoy diciendo tratando de recordar como fue su infancia, si realmente tuvo apoyo y mimos exagerados, si fue sobreprotegido ó por el contrario fue un número más dentro de una familia que no podía perder tiempo en prestar atención alguna a la vida infantil de los hijos o hermanos.
Ante esas premisas… ya podemos darle vueltas a la cuestión y sacar conclusiones para saber si nuestro comportamiento ante los demás tiene algo que ver o no con lo que estoy diciendo.
Pienso…. Y puede que esté equivocado, que cuando uno ha tenido una infancia bastante dura, sin “carantoñas” de nuestros progenitores ( sin entrar en el motivo de la causa) y sin relaciones extremadamente afectivas con hermanos y familiares, se traduce en comportamientos posteriores egocéntricos con despreocupación total de los problemas ajenos de los demás. Esta persona irá siempre a lo suyo y verá a los demás como seres que han de resolver su vida sin que le importe lo que estén pasando para conseguirlo, porque nada tiene que ver con él.
Como es normal, estoy analizando una sóla pauta de la vida que a mi parecer condiciona comportamientos futuros pero que indudablemente hay infinidad de influencias ( pautas) que convergen en la forma definitiva de actuar una persona determinada en el transcurso de su existencia.
El niño que ha sido “mimado” de verdad, con suma delicadeza y atendido en sus necesidades infantiles durante largo tiempo, llega a su juventud y le aparece el deseo de “cortar” con todo eso que ya considera que no debe continuar, entre otras cosas porque se está sintiendo que poco a poco pertenece a otra escala de valores y lo que deja atrás, lo hace porque lo considera ridículo en la etapa en que ha entrado.
Se vive durante una etapa ajeno a aquellos padres y familiares que adornaron a su infancia de atenciones, como si “aquello” no hubiese tenido importancia alguna, ni hubiese hecho “mella” en su particular forma de vida.
Transcurrieron los años y el “chaval” se ha convertido en una persona mayor y bastante madura…, es cuando poco a poco sin darse cuenta, comienza a recordar y a echar de menos aquellas caricias de su madre, las atenciones de sus padres y los abrazos sinceros de sus hermanos mayores. En esta fase de la vida, se recuerda todo lo feliz que fuimos cuando nos dejaban participar en una “matanza”…., si se hacía piñonate o borrachones y nos daban un trozo de “masa” para que jugásemos, si se jugaba a la “lotería” compartiendo contigo el juego, si te dejaban charlar con los mayores asumiendo tus impertinencias de niño.
Ese recordar y ese comportamiento que tuvieron contigo, te hacen sentirte distinto y si aún les tienes cerca, se lo demuestras con creces y si ya por circunstancias de la vida no están a tu lado, lo lamentarás siempre…. Como si tuvieses una deuda pendiente y aunque te hayas portado bién, notas que te ha faltado tiempo para continuar demostrando que estás agradecido por todo lo que hicieron contigo en tu niñez.
Creo haber llegado al punto de mi reflexión que determina que los comportamientos recibidos en la infancia condiciona nuestro proceder en la madurez y vejez de nuestra vida, convirtiéndonos en personas que comprenden mejor a los que pasan por nuestro lado y que otros sin esas influencias tal vez no consideren en ningún momento.
Hoy, en el Dia Internacional de los Derechos del Niño, he querido contribuir con esta “reflexión” de las mías, para que nos demos cuenta de lo importante que es “mimar” a nuestros hijos, rodearles de ternura y comprensión, sin darles “caprichos” excesivos que a nada conducen.
Estoy plenamente convencido que con nuestro comportamiento hacia ellos, conseguimos hacer grandes personas que se relacionarán mejor con sus semejantes vivientes y llegarán a sentirse mucho más felices con lo que les tocó vivir.
Un abrazo.
1 comentario:
paco muy buena reflexion , tienes toda la razon y estoy de acuerdo contigo ,aunque yo creo que lo de los caprichos personalmente no se donde esta el limite . saludos victoria
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