jueves, junio 04, 2009

AQUELLA BROCHA DE AFEITAR CON LOS PELOS DE COLA DE TEJÓN

CABEZA BROCHA DE TEJÓN
BROCHA TEJÓN MANIJA MADERA
CEPILLO DE PELO DE TEJÓN
BROCHA MANIJA MÁRMOL

Ayer estuve en la peluquería de Factori donde habitualmente desde hace un año me están prestando sus amables servicios.

La verdad es que no acabo de acostumbrarme yo a estas “modernuras” de llegar a un lugar tan lujoso, con tantos utensilios nuevos con números como en las carnicerías, la amabilidad del peluquero que te abruma y terminas por decirle a todo siempre “ que sí”, como por ejemplo…¿ le lavo la cabeza..?...- pués si….¿ le pongo la patilla mas corta…?...pués si…¿ le pongo gomina…?...- pues sí…¿ le arreglo las cejas..?..-pues sí. Total que cuando sales con los pelos tiesos, estás frito por llegar a la casa y meter la cabeza bajo el grifo, para sentirte el que eras antes de entrar en la peluquería.

No lo puedo remediar, echo de menos a mis barberos de toda la vida, que seguro están en el cielo pelando y afeitando como Dios manda a todos los que se presentan por allí. Llegabas a nuestras barberías y el olorcito a aquellas colonias y jabones te transportaban a otra esfera celestial y para que hablar de los buenos ratos de charla que allí teníamos con los que esperaban y con los que no se pelaban ni afeitaban pero estaban allí para mantener vivo el diálogo.

Cuando te sentabas en aquel sillón y el maestro lanzaba aquel paño blanco a la verónica que rodeaba tu cuello y te ponía el dedo sobre el “cogote” para enganchar el “imperdible”, sentías que no podías respirar de fuerte y oprimida que tenías “la nuez”, pero al mismo tiempo eras el más feliz de los mortales.

Allí nos hacían el padrón familiar, te preguntaban por tu abuelo, por tu tía, por tus primos, por el gato del vecino, seguías hablando de cacerías, de las ferias, del circo y terminabas sabiendo de los que estaban enfermos y de los que se habian marchado al extranjero.

No puedo dejar de ver aquellos instrumentos tan familiares como el “suavoizador” de material con el mango de madera, el pulverizador con su perita de goma forrada de hilo de colores, las cajitas amarillas del jabón de afeitar, el lapiz de piedra que servía para corta la sangre, las maquinas manuales de hacer trasquilones, las navajas barberas, los imperdibles colgados junto al enorme espejo de Anís Rute y los trozos de papel de periódico magistralmente cortados por los aprendices para limpiar las navajas.

En realidad yo quiero recordar algo que ahora no se utiliza en las barberías y son aquellas brochas hechas con pelos de cola de tejón que servían para para enjabonarnos la cara y dejarnos la piel suave presta para que la afilada navaja barbera pudiése hacer su trabajo guiada por la diestra y firme mano del maestro barbero.

Ahora se mojan los dedos con un gel jabonoso y te lo pasan por el “cerquillo” de la oreja, del “cogote” y de las “patillas”. Con eso vas que “chutas” para tu casa.

Cuando empecé a quitarme las primeras “pelusas” del bigote, necesitaba una brocha propia, así que no me lo pensé cuando en el Paseo Cristina me encontré tirada una brocha vieja, que cogí, la limpié y me quedé solamente con la “manija” hasta que conseguí en casa de Juan Peláez un trozo de cola de tejón.

Recorté muy bien los pelos del trozo de cola y puestos juntitos, los até con un hilo de cáñamo dándole muchas vueltas y aquel manojito perfecto lo coloqué en el hueco de la “manija”, donde dejé de caer la pez-rubia derretida previamente en un “casillo” viejo.

Aquella brocha de pelo de tejón me duró muchos años hasta que me marché a la mili y al volver le había perdido “el roante” para no encontrarla más.

Hoy le ha tocado el turno en mi reflexión a esas brochas de tejón, que por cierto, siguen existiendo a unos precios desorbitados y que casi nadie usa porque ahora se utiliza la espuma que nos ponemos en la cara directamente con la mano.

Nunca es mal momento para dar un buen repaso a estas cosas tan importantes de nuestras barberías del pueblo y que por suerte o desgracia se están perdiendo poco a poco.

Un abrazo

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