He leido por ahí en algún sitio, que un mantel de hule, para bastante gente, es mucho más que un artículo doméstico y es verdad que se trata de un símbolo de toda una época de la historia de este pais que ha marcado las vidas de varias generaciones.
En los años cincuenta, había veces que alrededor de aquellas mesas “tocineras” nuestras, donde desayunábamos, almorzábamos y cenábamos unas doce ó catorce personas todos los dias, nos reuniamos también (mientras se guisaba el puchero en el hornillo de carbón) con aquellas melodías de fondo en nuestros aparatos de radio.
Recuerdo perfectamente cuando mi madre compró una vez a “Juana la de las telas” un nuevo mantel de hule de color azul y blanco que colocó sobre el viejo descolorido, recortado y pegado a la mesa para una eternidad.
El viejo mantel, nos decia adiós a nuestros ojos, pero permanecería allí por más tiempo, debajo del recien comprado, para que nos acordásemos de él y de cuantas veces mi madre y mis hermanas pasaban el enorme “taco” de jabón casero por su superficie y quedaba reluciente al restregarle el “trapo” que servía para múltiples usos.
Yo me entretenía en quitarle los hilos a los viejos flecos que colgaban ya pegados a la superficie de la mesa…. Y tiraba de las finas “hebras” de los bordes de los agujeros que el tiempo se habia encargado de hacerle a nuestro viejo paño.
Pronto nos acostumbramos al bonito colorido del nuevo paño de hule que como al otro se le pasaba el jabón y hasta el “estropajo” y cuando quedaba reluciente, muchas veces mi madre ponía la masa de los “borrachones” que estiraba y estiraba con la media “limeta” hasta que quedaba lista para ser moldeada y depositada en la sartén de aceite hirviendo con las cáscaras de naranja seca.
En aquel paño… también se ponía la masa de los “mantecaos” y con el vaso “molde” se cortaba y quedaban “redonditos” para colocarlos en unas “latas” que se llevaban al horno.
Aquellos paños de hule lo aguantaban todo….se hacía el piñonate, las tortillitas de pan, se descuartizaba el pollo de la Navidad, se ponían nuestros platos y comíamos en aquel ambiente tan austero y maravilloso para después pasarle una vez más el jabón y quedar reluciente… hasta que se le derramaba el café “miago” que aunque era de cebada no lo he olvidado nunca.
Nuestra cultura se forjó alrededor de aquellos manteles de hule que fueron únicos….porque no contaban con el juego de servilletas como los de hoy ya que su compañero era un viejo trapo limpio que usábamos todos aunque parezca extraño y nos cause sorpresa.
En mi pueblo de Jimena, familias enteras, se reunian todos los dias entorno al mantel de hule, para decir de sus cosas,de sus sentimientos y de la forma de vida que nos correspondió agotar.
Han transcurrido los años y sigo acordándome de nuestros manteles de hule, porque representaron algo especial en nuestras vidas al igual que el “almirell”, los “braseros”, las “mesas estufas”, los “lebrillos de amasar”, los “quinqués”, las “palmatorias”, “las “capuchinas” , “las “palanganas” y los “orinales”, que ya adornan las tiendas de los anticuarios como objetos de valor de otra época que fue la nuestra.
Un abrazo.
2 comentarios:
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Muy bonito y entrañable.
Recuerdo el orinal que tenía mi abuela, que aunque no lo usaba, siempre lo ponía debajo de la cama por si acaso.
Yo tengo un mantel de hule, pero seguro que nunca guardará tantos recuerdos como el de nuestras madres.
Me ha encantado tu historia.
Abrazos
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